LO QUE SOY

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septiembre 28, 2011

A DESTIEMPO (onceava parte)



-Desde el otoño, todos los días serán nuestros, cuando estemos lejos, te encontrare y me encontraras en el frío, en el viento que a tu paso ira cubriendo de ocres los adoquines de las calles por donde caminas, encontraras restos de nuestros días, de los abrazos entre luces verdes y rojas, tus deditos entumidos buscaran dentro de tu abrigo los restos de mis manos frías, sonreirás, se que lo harás, sobre todo cuando un roce del viento despeine tu cabello y recuerdes que bese tu frente antes de dormir, desde el otoño con su frío, todos los días serán nuestros.

Lucía y Gábriel se habían vuelto cómplices en una resistencia a ser devorados por las soledades y vacios que vivían, cada uno desde su trinchera poco habían conseguido, pero cuando se encontraron, pudieron sentir, pese a sus miedos personales, que los días, pero sobre todo las noches, ya no volverían a ser iguales, cada uno cargaba con corazas que les protegían hasta de la luz de la Luna, sin embargo, los dos miraban al cielo todas las noches, buscando un brillo que pudiera iluminarles y rescatarles de aquel abismo donde se encontraban.

Pero a pesar de todo, incluso de ellos mismos, algo dentro se les encendía intermitentemente, como un faro, que pese a las corazas que ellos habían creado, siempre les hacia mantener esa chispa que les entibiaba el corazón, las noches de otoño, y les ayudaba a salir de las tormentas, Lucía, pese a ser una mujer racional y calculadora, que analizaba demasiado sus relaciones, no solo de pareja, también las de sus amistades, siempre buscaba una explicación al porque la gente se quedaba a su lado, aunque más que nada lo que solía hacer era encontrar que necesidad ella cubría en las personas que entraban en su vida, así, según ella, entendía mejor el momento de decir adiós, explicando que la gente se marchaba cuando ya no tenían necesidad de ella, pero aun así, le dolía la palabra, y le dolía cuando alguien salía de su vida, incluso sin despedirse.

Con todo y decepciones, con todo y las traiciones, con todo y los engaños y los abusos de algunas personas, ella seguía confiando, ella seguía entregándose, hasta de mas, a quien se acercara, no podía evitarlo, era parte de esa chispita que tenia dentro, era parte de lo que había sido grabado por su madre dentro del corazón, pero sucede que en algún punto de la vida, la gente se cansa de dar, y se cansa mas de no recibir nada, o recibir demasiadas lagrimas, en ese punto estaba Lucía, cansada de muchas cosas, cansada de estar rodeada de gente que le pedía ayuda, de gente que le buscaba para encontrar consuelo, de gente que le buscaba para encontrar refugio, para encontrar los mimos y la tibieza que una mujer como ella podía ofrecer en un beso, estaba cansada de callar, de no tener a nadie que le escuchara, de no tener a nadie a quien acercarse para pedir consuelo, para pedir refugio, para pedir un mimo, o un beso, que le entibiara el frío que tenia dentro.

Gábriel, Gábriel por su parte no estaba cansado, pero ya estaba convencido de que la soledad era el traje que le tocaba vestir en esta vida, estaba convencido de que por la cantidad de faltas y de carencias que le llenaban las manos, la cabeza y el corazón, no habría nadie que le volteara a ver, no de la manera en que él volteaba a ver a quien había decidido acompañarle unos días, u horas, estaba convencido de que su rol dentro del juego del amor, era el de espectador, se había inventado la idea de que todos nacían dotados para vivir el amor, de una u otra manera, unos, los más aptos, los más dotados, eran los que jugaban sobre la arena, aquellos que se batían en duelo y se cubrían de sudores y de esa euforia que solamente sobre la cancha se puede sentir, otros, sin menos pasión, vivían el juego desde las gradas, emocionándose y contagiándose de esa euforia, sudando de la misma manera y con la misma intensidad, así, cada quien tenía un rol dentro de juego, de acuerdo a sus capacidades, todos habían nacido dotados para vivir el juego, todos menos él.

Pero tras tantas vidas, tantas muertes, y pese a esta idea que se había inventado para encontrar confort en su desolada cotidianidad, había dentro de él esa chispita, esa que muchas veces le hacía sentir que la persona que esperaba, aun no había nacido, entre tantas vidas y muertes, quizás le había dado miedo volver a nacer, volver a sentir frío, y hambre, y soledad y alegría, así que por las noches, salía a mirar la Luna, pensando que quizás en alguna partícula estelar, estaba un fragmento del corazón que tenía el nombre de él, pensaba que pese a esos millones de años luz que le separaban, ella podía escucharlo latiendo, y entonces, para entibiarse del frío que se siente a medio día, producto del insomnio, el soltaba un “te amo”, sin remitente ni destinatario, sin rostro, sin voz, sin el aroma de un suspiro que pudiera recordar, sin el sonido de perfume deslizándose por el cuello de una mujer, sin ninguna imagen en mente, solo musitaba “te amo”.

Tras su ultima muerte estaba más convencido de esto que antes, habían pasado algunos meses desde el día en que sin decir adiós, había dado media vuelta y se había marchado de la última persona que le enseño esto, entre esos intentos por terminar de morir y comenzar a nacer de nuevo, alguien le dijo que todos, antes de nacer, teníamos la oportunidad de escoger el cuerpo con el que queríamos nacer, pensando en el trabajo o el tipo de vida que deseábamos, íbamos escogiendo, como si se tratara de equipamiento bélico, cada parte de nuestro cuerpo, cuando Gábriel escucho eso, inmediatamente pensó que había alguien en esa partícula que flotaba a millones de años luz de distancia, y que quizás, como promesa de amor, y sabiendo que ella había decidido no nacer, el había escogido las armas más torpes y pobres para volver a nacer, así, nadie se fijaría en él, así, dejaría de buscar, sabiendo que jamás encontraría, que jamás le encontrarían, entonces la promesa de amor fiel seria cumplida, y en aquella partícula de polvo estelar, alguien sonreiría al saber que no habría nadie a quien él, le diera su amor, ni nadie que le quisiera dar, lo que lejanamente, latía a millones de años luz para él, aunque tuviera que pasar una vida más, para poder vivirlo todo de nuevo.

Desde aquel instante en que él había decidido comprarse aquella idea, habían pasado ya casi seis años, habían sido seis años de susurrar de madrugada un latido a las estrellas, a la Luna, seis años en que el confort le había anestesiado el alma, seis años de ser alguien que caminaba, comía, bebía, fumaba y de vez en cuando dormía, pese a no tener un solo latido dentro, cada madrugada, lo poco que llegaba a juntarse dentro de él, era soltado hacia el cielo obscuro, cada noche era menos, cada noche el suspiro era más corto, la inercia de los días le movía durante las mañanas y las tardes, pero por las noches, por las madrugadas, era aquel remoto deseo de poder sentir algo de nuevo, lo que le hacía salir al jardín y soltar sobre el viento, lo poquito que quedaba de él, con la esperanza de que llegara hasta aquella partícula de polvo estelar, que aseguraba, existía solo para él.

Casi seis años, o quizás un poco más, y ahora, después de tanta resignación y tanto confort, le sudaban las manos cada que Lucía enredaba sus dedos en ellas, casi seis años, en silencio, mirando hacia arriba por las noches, y ahora cerraba los ojos cada que escuchaba la voz de Lucía por el auricular del teléfono para imaginar sus gestos, sus muecas, sus ojitos abriéndose y cerrándose al hablar, al escuchar, al irse quedando dormida, seis años de haberse ausentado de la vida, y ahora deseaba pasar la vida al lado de Lucía, pero aun, pese a todo lo que estaba sintiendo por ella, aquellas certezas que le había dejado su ultima vida, su ultima muerte, le hacían entender que ella no se fijaría en él, además de que el mundo de ella, y su mundo, eran completamente opuestos, como soñar y despertar.

Algo que había aprendido muy bien de todas las vidas que había muerto, era a crear complicidades, a compartir fragmentos de tiempo, de espacio, sin necesidad de llegar a colisionar su vida, con la de quien le acompañaba, un trato sin términos, sin normas, sin nada más que las ganas de despertar juntos una estrella.

-¿Por qué venimos aquí? ¿Dijiste que querías enseñarme algo?

-si, si, es así, ¿no reconoces este lugar?

-no, nunca ha venido hasta acá.

-¿segura?

-si, lo reconocería si hubiera venido, no sé, tiene algo lindo.

-¿no reconoces nada de este lugar?

-ya te dije que no, en serio, jamás había estado aquí, y nadie me habla de los lugares que conoce, solo te enseñan, las fotos, y nunca había visto este sitio, ni en fotos.

-pero había alguien, alguien que te hablaba de los lugares que visitaba, alguien que te describía los lugares, alguien que iba creando esas fotos dentro de ti, y te hablaba de cómo se sentía el suelo cuando pisaba la arena o el pasto, te hablaba de las huellas que veía en los caminos de adoquín o empedrados, te hablaba de los colores que encontraba en las sombras que se escondían en los muros, del aroma que había en la sombras bajo los árboles, de las voces que tenían las hojas al brincar de rama en rama cuando el viento las liberaba, había alguien que te enseñaba con palabras, las fotos que guardaba en su interior.

-¡mi madre!

-si, si, ¿recuerdas?

-ella era así, llegaba de cualquier lugar y me describía lo que veía, me describía lo que sentía.

-una vez me contaste que después del divorcio solo una vez la volviste a ver inmensamente enamorada, felizmente ilusionada.

-si, pero también después de eso, la vi, inmensamente triste.

-si lo sé, pero cuando me contaste de esos días, me dijiste que ella te hablo del hombre a quien amaba, y de cómo se conocieron, me dijiste que uno de sus recuerdos más bonitos fue cuando él le propuso matrimonio, me hablaste de lo feliz que llego ese día tu mamá, y de cómo te contaron juntos, sus planes, en los que tú estabas incluida.

-él me quería, no niego que lo hiciera, aunque nunca tratara de imponerse como mi padre, sentía ese respeto y cariño hacia él, y él hacia mí, no era un mal tipo.

-lo sé, y mira, este es el lugar donde pasaron dos de sus momentos más importantes, este es el lugar donde ellos comenzaron a ser cómplices en una historia que fue muy hermosa, como una estrella naciendo.

Lucía volteo a ver todo el lugar, miraba los arboles, miraba los muros, miraba hasta el cielo, como si creyese que en algún lugar del cielo, se podía haber quedado guardada alguna de esas imágenes que vivió su madre, como si esperara que el cielo le contara de aquellos días, como si creyera, como si creyera.

-pero ¿estas seguro?

-si, si, cuando me describiste todo lo que tu mamá te conto, cuando me describiste las cosas que ella mencionaba, reconocí en seguida el lugar, no puede ser otro lugar, es este, estoy seguro, aquí esta todo, las bancas, las de troncos, y las de loza, la fuente, los muros altos, el bosque rodeando el lugar, el campanario, hasta esa cuevita que ella te menciono le daba miedo, es este lugar, todo lo que ella te conto esta aquí.

Lucía no dejaba de voltear a todos lados, acaricio hasta la banca sobre la que estaba sentada, como si creyera que en esa banca su mamá se había sentado muchos años atrás, como si creyera que en tezontle de los caminitos que rodeaban la fuente aun encontraría las huellas de ella, como si creyera que todas las cosas que nos rodeaban en ese momento, le guardaban algún sonido de su mamá, como si creyera que un poquito de su risa, la que hacia tantos años había dejado de escuchar, se hubiera quedado guardada en aquel lugar, y ahora todas las cosas se la entregaban como un recuerdo, el recuerdo, de un recuerdo que ella no vivió, pero por la capacidad que tenía su mamá de despertarle la fantasía dentro cuando le contaba las cosas que vivía lejos de ella, siempre Lucía sintió, que ella estaba en esos viajes.

-nunca la había visto tan feliz después de que papá se fue, nunca la había visto tan contenta e ilusionada, el día que ella y su pareja llegaron a contarme lo que había pasado y los planes que tenían, ella tenía un brillo en los ojos que no le había visto, y tuve miedo de que le volvieran a hacer daño, tuve miedo de que ese brillo tan intenso, se volviera una obscuridad igual de intensa, no podía compartir esa alegría que mi madre tenía ese día, pero no me equivoque, y le hicieron daño de nuevo.

- pero no fue por falta de amor.

-pero fue el mismo resultado, al final ella se quedo triste, y lloraba, nunca se volvió a acercar a un hombre, ni volvió a verse tan feliz como cuando estaba al lado de su pareja, tú dices que no fue por falta de amor que ella estuviera así, pero da lo mismo Gábriel, al final sufría, al final estaba triste, al final ella era lo único que tenia y me dolía verla así, ¿Cómo puedo creer yo en el amor, si el amor le hacía tanto daño a ella?

-¿creías en tu mamá?


-si, con toda mi alma, siempre le creí, le creí todo, siempre le creí todo.

-lo que hizo tu mamá, lo hizo por amor, por el amor a ti, por el amor a su pareja, hasta por el amor a tu padre, sacrifico su felicidad al lado de quien amaba, para que tu no tuvieras que extrañar a quien también amabas, sacrifico su sueño de ser feliz al lado de alguien que amaba y que la amaba, por el amor que sentía hacia los que la rodeaban, no fue por falta de amor que ella dijera adiós a su pareja, ni fue por falta de amor que su pareja se fuera, no Lucía, no fue así, y sé que pudiste verlo en los ojos de él cuando regreso, cuando regreso y ya no encontró a tu mamá.

-recuerdo que en sus ojos vi la misma obscuridad que vi en los ojos de mi madre cuando le dije lo que había pasado, el coraje que le tenía por haberse ido en ese momento desapareció, sentí otra cosa, y me sentí mal por haberle guardado rencor muchos años, sentí culpa por haber hablado mal de él cada que veía a mi mamá llorando, sentí culpa por no saber que decirle en el momento que las lagrimas comenzaron a salir de sus ojos, no supe ni que hacer y me sentí mal por eso, aun me siento mal por eso.

-no había nada que pudieras decirle o que pudieras hacer, para quitarle el sentimiento que en ese momento le causaba el llanto, créeme Lucía, no había nada que tú pudieras ofrecerle para consolarlo, cuando perdemos a quien amamos nos duele la vida entera, no hay consuelo que nos ayude, quizás nos reservamos dentro, como una vela encendida, la idea de que quizás, un día, un mañana que llegue en muchos años, volvamos a estar al lado de esa persona, eso da un poquito de calma, eso ayuda un poco en esos momentos, esa idea de creer que solo es una separación para poder crecer, para poder ser mejor para la persona que amamos, y que esa persona crezca y sea mejor también, la decisión que tomaron ellos cuando se separaron, pero para lo que paso después no hay consuelo Lucía, para lo que sucedió después, no llega ese consuelo.

Lucía me conto que a pocos meses de que se volviera a casar su mamá con aquel hombre, a él le ofrecieron un puesto en el extranjero, tanto su madre como aquel hombre buscaron opciones para poder seguir adelante con sus planes, pero la mamá de Lucía se preocupaba demasiado por ella, y por la relación que tenia con su padre, no quería separarlos, porque sabía que Lucía amaba a su padre, y pese a todo, su padre también amaba a Lucía, además Lucía estaba rodeada de amigos, era muy feliz en esos días, cuando ella tenía catorce años, pese a los cambios que esa edad representa, siempre los papas de sus amigos y los compañeros del trabajo de su mamá, le decían que le envidiaban el carácter de Lucía, porque no era conflictiva, ni tenía esos desplantes que se suelen tener por la edad, no era raro que le preguntaran a su mamá que hacía, o que le decía, que la tenía tan bien educada, y tan feliz, su madre siempre les respondía lo mismo, que las dos se amaban y que mas que educarla, juntas estaban aprendiendo a crecer con amor.

La madre de Lucía sabía muy bien que un cambio tan drástico en la vida de Lucía y que traería, inevitablemente, demasiado extrañar personas de su vida, no le haría bien a su hija, y además, pensaba en el dolor que traería la separación de su papá, es cierto, su mamá seguramente encontraría la manera de hacerla feliz en el extranjero, porque su madre tenía esa capacidad, porque su mamá la amaba, pero se sentía egoísta porque al seguir cumpliendo ese sueño que vivía, le estaría causando mucho daño a Lucía, y ella no se sentía con el derecho de hacerla pasar por toda esa tristeza.

Su madre y su pareja hablaron, y decidieron, con mucho dolor, separarse, cancelaron la boda, y él se fue al extranjero, hicieron un pacto, de esos pactos que uno hace por amor, y ellos de verdad se amaban, él regresaría en tres años, y ambos esperaban continuar esa historia que habían esperando vivir toda su vida, así que tres años no era mucho, lo principal ya había pasado, que era el haberse encontrado, Lucía ya sería mayor de edad y entonces su madre pensaba que en ese momento ella no tuviera tanto empacho en irse al extranjero con ellos, pensaba que las inquietudes de la edad estarían de su parte y dispuesta a aventurarse en nuevas vivencias, ella aceptaría y sería feliz, podría regresar a ver a su padre cada que ella quisiera, y aunque lo extrañaría en la cotidianidad, la posibilidad de estar con él cada que ella lo deseara, le daría calma.

Lucía me conto que todo esto se lo conto su madre, mucho tiempo después de que él se fue, y ella no lo entendió, muchas veces pensaba que quizás aquel hombre no amaba tanto a su mamá porque no había querido quedarse, pero su madre le explicaba que ella no podía pedirle a él que se quedara, porque él tenía que crecer también, porque él tenía que seguir volando para realizarse en su trabajo, y no era justo que por amor, uno de los dos tuviera que cortarse las alas, su mamá confiaba en que el tiempo estaría a favor del amor y que aquellos tres años se pasarían pronto, pero la distancia hace que todo se sienta más grande, y así como el amor puede sentirse inmenso, también el dolor al extrañar a alguien se vuelve igual de inmenso, los dos sufrían esa distancia, así que su mamá le había pedido a él que ya no le escribiera, que se concentrara en su trabajo y en crecer todo lo que tenía que crecer y que dejaran en silencio las cosas, teniendo fe en el amor, en que sobreviviría a pesar del silencio, cuando se dejaron de comunicar lo primero que pensó Lucía era que él ya se había olvidado de ellas, y que seguramente como su papá, él ya había encontrado a otra mujer.

-¿te diste cuenta de que la amaba? ¿Viste en sus ojos que de verdad la amaba?

-si, supe que mi mamá no se había equivocado, supe que ella tenía razón en creer en el amor, y que de verdad la amaba, de que nos amaba, pero ya era tarde Gábriel, mamá ya había muerto.

Cuando respondió esto, Lucía comenzó a llorar.

Dos años después de que aquel hombre se había marchado, la mamá de Lucía enfermo, le detectaron cáncer y meses después murió, Lucía me contaba que en aquellos días ella descubrió a las personas que de verdad amaban a su madre, y a quienes ella amaba, poca gente estuvo a su lado en esos momentos, pero alguien a quien mencionaba mucho su mamá en esos días, era a aquel hombre, Lucía no entendía cómo pese al daño que su partida había dejado en su madre, ella siguiera pensando en él, y hasta dijera que le hacía falta, no lo entendía, porque en esos momentos, lo que mas quisiera haber entendido ella, era que su madre no moriría, que la persona que era su vida, seguiría a su lado, pero la muerte, por más que su inevitable llegada nos debería de hacer verla como lógica, llega cargada siempre de falta de entendimiento, uno nunca entiende porque la gente que se ama, tiene que morir y Lucía, no entendía en esos días, porque su madre tenía que morir.

Nunca me gusto ver llorar a una mujer, y ver llorar a Lucía en ese momento me partió el alma, sin saber porque, sentía el dolor que ella sentía, sin saber porque, sentía sus lagrimas como mías, sin saber porque, tuve ganas de llorar con ella, por ella, cuando amas a alguien, te duele lo que le duele a esa persona, te hace feliz lo que le hace feliz, eso me lo habían enseñado los insomnes, pero hasta ese momento, frente a Lucía, pude sentirlo tan claro, y sus lagrimas me dolían, y sin saber muchas cosas, la abrace para que supiera que no estaba sola, para que supiera que estaba ahí con ella, sin saber muchas cosas, desee quitarle esa tristeza y ese dolor, pero sabia dos cosas, que ese dolor no se lo podría quitar nunca, porque así es cuando muere alguien a quien amamos, esa marca queda toda la vida, y la otra certeza que tenia, era que podía no saber muchas cosas, pero si sabía, que si sentía toda esa incertidumbre, si sentía ese inexplicable dolor al verla llorar, al verla extrañar a su madre, si sentía esas ganas de sacudirle el dolor, era porque la amaba.

-no llores Lucía, no llores, no quería que vinieras aquí para hacerte sentir mal, por favor no llores. Si te traje aquí fue para que conocieras el lugar donde tu mamá había sentido inmensa felicidad, para que escucharas de las cosas, lo feliz que tu mamá se veía, no llores, que ella nunca quiso verte así, tú me preguntas que como te puedo pedir que creas en el amor, pero precisamente, mira en este lugar y mira en todos tus recuerdos, todo lo que el amor que sentía tu mamá fue capaz de hacer, mira que pese a todo, tu mamá nunca perdió la fe en amor, y al final aunque no estuviera al lado de la persona que la amaba, ella supo lo que se sentía ser correspondida.

Sabía muy bien que nada de lo que pudiera decirle en ese momento la calmaría, y no pude hacer nada más que abrazarla, abrazarla fuerte, abrazarla con todo el amor que ya sentía por ella, abrazarla para que sintiera mis latidos, los mismos que sentía su mamá por aquel hombre, los mismos que sentía aquel hombre por su mamá, los mismos que deseaba, un día, ella pudiera sentir por mí.

-¿sabes? Aquí se besaron por primera vez, por eso fue aquí donde él le pidió que se casara con ella.

-¿en serio?

-si, mi mamá me conto que fue aquí donde él la beso por primera vez, el muy abusado la hizo entrar en la cuevita que hay atrás del campanario, y ella asustada lo abrazaba y lo abrazaba, y él, nada tonto, no la dejaba salir, iban caminando hasta que llegaron al tragaluz que hay en la cueva y allí, él le robo un beso.

-mañoso

-si, después venían cada mes la misma fecha que ese día, era su lugar secreto, por eso aquí le pidió matrimonio, cada que regresaba de este lugar, llegaba muy feliz, me contaba lo que comían, lo que platicaban, una vez hasta paso una semana con gripa, porque les agarro la lluvia aquí, y los muy tontos no traían ni, chamarras ni paraguas, llegaron ya enfermos a casa y los regañe, pero no dejaba de sonreír, nunca dejaba de sonreír cuando él estaba en nuestras vidas, lo amaba mucho, bueno, se amaban mucho.

-¿ves como el amor no es tan malo? ¿Ves porque deberías de creer en el amor? Mereces ser igual de feliz que tu mamá.

-gracias

-¿Porque?

-por estar aquí, por enseñarme este lugar, por ayudarme a entender las cosas

-yo no hice nada, al contrario, gracias a ti por dejarme estar contigo, gracias por hablarme de tu mamá, es ella quien en realidad te sigue ayudando a entender el mundo, yo no he hecho nada, en serio gracias a ti, por dejarme ser cómplice de tu mamá y verte crecer un poco más.

Separo su carita de mi pecho, y al mirarme pude verle los ojitos húmedos, ya solo quedaban sobre sus mejillas los rastros de sus lagrimas, un puchero en su boca, le bese los ojos, y después la frente, separe mi rostro con los ojos cerrados, no podría describir lo que sentía en ese momento, esa sensación de calma que ya había llegado, ese poquito de dolor que había desaparecido ya del corazón de Lucía, esa calma, esa calma.

Tenía su carita entre mis manos, en las yemas de mis dedos sentía su cabello enredándose, abrí los ojos y la vi mirándome fijamente, sus ojitos, aunque con los parpados hinchados por el llanto, irradiaban un brillo que la hacía verse hermosa, ya su puchero había desaparecido, y unas chapitas coloreaban sus mejillas y parecían secar los pocos rastros que quedaban de sus lagrimas, me miraba de una manera tan especial, tan desconocida para mi, y sentí miedo de nuevo, pero antes de que pudiera retroceder movido por aquel miedo, Lucía se acerco y sus labios desvanecieron el miedo con un beso.

-¿me enseñarías a sonreír como sonreía mi mamá?

-Desde el otoño, todos los días serán nuestros, cuando estemos lejos, te encontrare y me encontraras en el frío, en el viento que a tu paso ira cubriendo de ocres los adoquines de las calles por donde caminas, encontraras restos de nuestros días, de los abrazos entre luces verdes y rojas, tus deditos entumidos buscaran dentro de tu abrigo los restos de mis manos frías, sonreirás, se que lo harás, sobre todo cuando un roce del viento despeine tu cabello y recuerdes que bese tu frente antes de dormir, desde el otoño con su frío, todos los días serán nuestros.





septiembre 24, 2011

A DESTIEMPO (decima parte)




-¿Qué hora es?
-son las dos, es muy temprano, vuelve a dormir
-así no puedo
-¿así como?
-así, sin ti aquí
-estoy aquí
-no, no estás, ni siquiera estas en la cama, ¿Qué haces levantado?
-preparo mis cosas para irme. A ti te gusta dormir, conmigo, o con quien sea, siempre duermes así que seguro vuelves a dormir en un instante.

Karla cerró los ojos y repego su rostro en la almohada, la funda blanca que cubría la almohada haciendo complicidad con Karla absorbió rápidamente una lagrima que intentaba escaparse para gritarle a Gábriel algo, Gábriel prefería clavar su mirada en el abrigo que medio doblaba para colocarlo sobre su maletín, sabía que sus palabras herían a Karla, y no le gustaba ser cruel con ella, pero de vez en cuando el rencor hacia los comportamientos de Karla, le ganaban a su prudencia y un poco de orgullo le afilaba la lengua.

-no es lo mismo, a tu lado puedo soñar, con los demás solo duermo.
-yo soñaba con que pudieras dormir solo conmigo, supongo que estamos a mano.

Karla apretó la almohada contra su rostro, pero parecía no ser suficiente, la ayuda de la funda blanca para contener las lagrimas, Gábriel se había quedado quieto sin querer voltear a la cama, amaba a Karla, la amaba de verdad, pero el coraje que le daban las infidelidades de Karla, lo hacían sentirse poca cosa, amaba a Karla y le dolía comportarse así, ser grosero con ella, dejar que esa poquita dignidad que el tenia, despertara por momentos en forma de reproche cruel, de reclamo hiriente que provocara en ella enfado, así que cuando estaba en medio de un momento así, el solía disculparse inmediatamente por su comportamiento, por sus frases baratas cargadas de coraje, bastaba con mirarla a los ojos, y ver ese poquito de dolor que le dejaban sus palabras a Karla, para pedirle perdón y abrazarla.

De espaldas a la cama y preparando sus cosas, solo sintió el suave golpe de la almohada estrellándose contra su cabeza.

-ya vete, solo vete.

Gábriel pese al almohadazo y pese a haberla escuchado con la voz diferente, no quiso voltear, miro la almohada en el piso y se agacho a recogerla, cuando la toco sintió una humedad que no reconocía, que no había visto desde hacía mucho tiempo, cuando Karla lo fue a buscar una mañana con las alas rotas y el corazón también.

Pese a que Karla en aquellos días no era por completo del agrado de Gábriel, a él nunca le gusto ver llorar a una mujer, y en esos días, a causa de aquellas lagrimas que Karla le permitió secar, Gábriel se había dado cuenta de que Karla era una mujer diferente a lo que ella misma creía ser, y poco a poco ella fue desnudándose de toda su pose de femme fatale, y se mostro llena de ternura, de fragilidad, con más valor del que ella misma creía tener, una mujer que por miedo a ser lastimada se cubría con una coraza de insensibilidad, haciendo creer a todos que para ella la vida era un juego ganado, aunque al jugar de esa manera, estaba perdiendo más de lo que ganaba, porque pese a todo lo que hacía para mantener a carcajada suelta esa pose de despreocupación, por dentro le dolía todo, los besos, los abrazos, las indiferencias, las soledades, las caricias toscas que le rasgaban la piel y que muchas veces ni placer le hacían sentir, pero su juego era ese, jugar a que ganaba, a que siempre ganaba, pese a estar completamente derrotada por dentro.

-¿Por qué me ves así? ¿Por qué me dejas quedarme? ¿Por qué te quedas conmigo?


Gábriel le preguntaba esto a Karla muchas veces, él no le encontraba sentido a que ella se quedara a su lado, pues él era muy diferente a las parejas que habían acompañado a Karla, al lado de cualquiera de ellos Gábriel era nada.

-No lo sé, no sé porque, pero me gusta estar contigo, me gusta lo que me haces sentir cuando estoy contigo, me siento menos vacía, me siento libre para ser como sea, sin miedo a que me taches de boba o banal, además contigo puedo soñar y tenía mucho tiempo que ya no soñaba.
-pero si te gusta dormir, ¿Cómo no vas a poder soñar? Te gusta dormir.
-si, pero es diferente, antes, tenía que tomar pastillas para dormir, y cuando estás conmigo no es necesario, puedo dormir sin miedo, puedo dormir porque tengo sueño y no para evadir la pesadez del día, y la soledad de la noche.
-pero eso no es algo que haga yo, o alguien más, eso es algo que depende de ti, eres tú quien se permite descansar o atormentarse, además Karla, no hay nada en ti que te obligue a gastarte de esa manera, nada de lo que he conocido de ti me parece tan terrible como para que te veas así y te condenes tú sola a ese vacío que te envuelve
-no sé porque me ves así, por más que me miro en el espejo no encuentro ese brillo del que me hablas, me veo diferente es cierto, ya no uso maquillaje y el cabello obscuro no me desagrado tanto, pero sigo viendo muy poco dentro de mí, ¿Por qué te quedas tu conmigo? ¿Por qué no te vas como los demás? ¿Por qué me ves así?

Gábriel podía haber respondido simplemente con un – porque te amo – pero tenía miedo de que ella se asustara y se alejara, tenía miedo de que ella no lo creyera, tenía miedo de que ella lo tomara como cursi o patético, de que se burlara por sentir eso por ella, de lo que no tenía miedo Gábriel, era de que ella le respondiera a eso, diciéndole que ella no, a no ser correspondido no le tenía miedo, si lo hubiera tenido, él no estaría allí con ella.

-cuando tu y yo caminamos por la calle y ves un reflejo, siempre me detienes, y me dices lo mismo, “ves, ves, no quedamos bien juntos, no nos vemos bien” , no sé porque hagas eso, la verdad no tendrías que hacerlo, sé muy bien que juntos no nos vemos bien, se que eres muy bonita, y que yo no soy como ninguno de los chicos con los que sales, sé que no soy ni una decima parte de lo que ellos son, se que tu eres hermosa y yo feo, y en serio, lo sé bien, no tienes que decirlo cada vez que nos paramos frente a un reflejo.
-perdón, no lo hago para hacerte sentir mal, no lo hago por ti, lo hago porque al contrario, muchas veces no entiendo que ves en mí, porque eres así conmigo, porque me tratas así, no es mi intención lastimarte, solo quisiera que abrieras los ojos y me vieras como soy, y no de esa manera especial en que tú me ves.
-te veo como eres, de verdad que tengo los ojos muy abiertos, pero creo que tu aun no alcanzas a ver todo lo que hay en ti, creo que quien aun tiene los ojos cerrados eres tu Karla. Y créeme no me hace sentir mal la verdad que muestran los reflejos, no me molesta, ni me entristece, no soy del tipo de hombre que las mujeres como tu voltean a ver, no soy el tipo de hombre que las mujeres miran, eso lo sé bien, siempre lo he sabido, y parte de lo que me haces sentir es una enorme gratitud hacia a ti, porque me permitiste quedarme a tu lado, no sé cuánto tiempo me dejaras estar aquí contigo, pero te agradezco mucho que me dejes estar, que me hayas dejado verte así, sin maquillaje, sin esa pose que te servía de disfraz, sin ese aire frío e insensible que mostrabas a todos, en serio te agradezco que me dejes estar, y cada una de esas hermosas cositas que hay dentro de ti, tus lagrimas, tus pucheritos al dormir, tu sonrisa sin labial, y esa ternura con que me abrazas cada que despiertas de madrugada y me preguntas la hora.

Karla sonrió al escuchar lo que Gábriel le había dicho, sus mejillas se cubrieron de carmín y bajo la mirada apenada, Gábriel se acerco a ella, le levanto la carita y beso su frente.

-se que no nos vemos bien juntos, pero mírate, dime como podría evitar sentirme fascinado al verte así, como podría no sentirme dichoso de poder ser testigo de tus chapitas, de tu sonrisa, de todo lo que encuentro en ti, no sé porque me dejas quedarme aquí, no sé porque me dejas ser testigo de todo esto, ni se cuanto tiempo será así, pero cada momento que paso contigo, lo atesoro y lo valoro, porque para mí es algo especial, algo único, precisamente por saber y estar consciente, de que no nos vemos bien juntos, de que podrías escoger a cualquier hombre que tu quisieras y dejarle ver todo esto, pero sé que nadie se asombraría tanto como yo al poder ver tus chapitas y tus pucheros, nadie se sentiría más feliz y afortunado como yo, como yo que no encajo en tu mundo, como yo que soy el menos hombre de todos tus hombres. Si me preguntas que porque te veo así, especial, es porque al dejarme ser testigo de tus cotidianidades, y de todo lo extraordinario que hay en ti, me haces sentir especial, porque sé que tan hermosa como eres, podrías escoger a cualquier hombre, y sin embargo, me dejas estar aquí.

La primera vez que quise decirle a Karla que la amaba me frene por miedo a que las cosas cambiaran, sabía muy bien que a Karla le daban miedo los compromisos, y entendía muy bien que a ella le gustaban esas primeras veces, los primeros besos, las primeras miradas, la primera vez que un desconocido se te acercaba y sentías ese escalofrío recorriéndote la espalda, esa pequeña descarga de energía que te hacía saber que aquel desconocido podía ser algo mas, sabía que a Karla le gustaba su libertad, y ese poder aceptar citas sin tener que decir que no porque alguien más la esperaba, me pregunte si las cosas hubieran sido diferentes, si al decirle que la amaba todo hubiera cambiado y ella hubiera hecho a un lado sus manías para quedarse conmigo, para estar solo conmigo, pero sabía que Karla no era así, y que yo nunca fui para ella o para alguien más, aquel tipo que se vuelve el ultimo nombre que pronuncian después de decir te amo, así que preferí callarme, y amarla sin decírselo, seguir en ese juego de ser algo sin nombre, de estar a su lado, tan solo cuando ella deseaba que yo estuviera.

Había días en que las cosas parecían diferentes, y sentía que todo podía ser posible, esa estúpida fe que tenía en el amor, muchas noches me hacía sentir que quizás ella lo había comenzado a sentir por mí, y que esa necesidad de tener más de un nombre se le había terminado, hacia recuento de sus días y me había dado cuenta de que pasábamos ya mucho tiempo juntos, de que ya no mencionaba a nadie más, ni siquiera al tipo que la había dejado en el hotel aquella mañana, en un tiempo solo éramos ella y yo, y nadie más, ella y yo y un te amo que soltaba en las madrugadas cuando se despertaba para abrazarme y que jamás escucho porque el sueño le llego antes.

-tengo que irme Karla, tengo que irme, ya no hay nada entre nosotros, ya no te hago falta, y lo que necesitas, ya no lo encuentras en mi, nos estamos lastimando y no quiero hacerte daño.

Karla seguía boca abajo sobre la cama, Gábriel no tenía el valor para voltear a verla, las lagrimas sobre la almohada estaban haciéndolo dudar, pero sabía que si se quedaba otra noche mas, no habría diferencia alguna, todo seguiría igual, Karla y Gábriel habían llegado al punto en que el miedo les había hecho regresar a sus pasados, Karla había vuelto a ser ella, de nuevo caía en ese círculo que le hacía vaciarse, cada vez que sus alas se rompían regresaba al lado de Gábriel, él la amaba, y sabía muy bien lo él era, y lo que ella era, la amaba porque ella le había dejado ver lo que nadie más había visto, la amaba porque él conocía quien era de verdad, y más allá de verle esa coraza que ella usaba, él la veía especial, pero Karla no podía verse así.

-¿Por qué te quedas conmigo? ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué sigues estando aunque yo no este, aunque este con alguien más?
-porque se quién eres, porque sé que hay mas en ti, porque espero que algún día te veas como yo te veo, y te descubras enorme, hermosa y radiante, sin que tengas que volver a hacerte daño.


Tras cada encuentro que Karla tenia con sus manías pasadas, lloraba, llegaba con Gábriel llorando, él la abrazaba, secaba sus lagrimas besándole los ojos, sin que ella dijera una sola palabra, Gábriel la llevaba al baño, con cuidado le quitaba la ropa mientras ajustaba el agua de la regadera, sin importarle que su ropa se mojara entraba con Karla a la regadera y dejaba que las lagrimas se le secaran del rostro con el agua que escurría por su cabeza, poco a poco Karla dejaba de sollozar, la envolvía en la toalla y la acompañaba a la cama, el único sonido que se escuchaba era el de los tenis de Gábriel que entre chillidos iban dejando charquitos de agua que junto con las gotas que escurrían de su ropa, marcaban el camino del baño a la cama.

Entre las drogas o el alcohol, entre la culpa que ella cargaba por las cosas que se dejaba hacer, entre el asco que muchas veces ella sentía por las caricias que le vaciaban el corazón, y entre esa sensación de saberse con una marca más que la devaluaba, solo podía buscar a Gábriel para salir de aquella espesa obscuridad que le hacía sentirse un bulto.

Gábriel la dejaba sentada en la cama, se cambiaba la ropa mojada y le preparaba algo de comer mientras la ropa de Karla estaba en la lavadora, después al regresar a la habitación siempre la encontraba bajo las sabanas y somnolienta, le besaba la frente y la hacía sentarse para que comiera algo, no le hacía preguntas, porque no le importaban las respuestas, lo único que le importaba era hacerla sentirse bien, encontrar de nuevo una forma de demostrarle a Karla que había mucho mas en ella, de lo que ella misma creía, aunque tras unos días, o semanas, esas huellas de agua que quedaban sobre el piso, se volvieran a notar, lo que pasaba entre esos días quizás solo durara esos días, pero en esos días, Gábriel encontraba siempre, algo nuevo y hermoso en Karla que le hacía olvidarse de todo lo demás, incluso de esas manías que ella tenía.

Gábriel amaba a Karla y por eso le secaba las lágrimas, y por eso le curaba las alas, y por eso, buscaba mostrarle a ella que dentro de si misma, tenía mucho más, y que aquello dentro, era más hermoso que todo lo que por fuera, ella era. No importaba de donde llegaba, no importaba con quien había estado, no le importaba su aliento, ni las manchas en su ropa interior, no le importaba que tuviera que borrar de su teléfono los mensajes que ella dejaba en la contestadora, para avisarle con una voz torpe, que estaba en tal hotel, o en tal esquina, y que necesitaba que fuera a recogerla, no le importaban muchas cosas a Gábriel, le preocupaban los temblores que ella tenía por algunas drogas, le preocupaba saber que seguramente tenía el estomago vacio, le preocupaba que cuando intentaba dormir ella tenía en sueños, los recordatorios de aquellos momentos, y eso la despertaba.

-¿que hora es?
-son las cuatro y veinte, aun hay tiempo para que vuelvas a dormir, anda cierra tus ojitos.
-¿te quedaras?
-si, en un rato te preparare el desayuno, ¿a que hora quieres que te despierte?
-hoy no tengo que trabajar, puedo despertarme tarde, pero no te levantes temprano, quédate aquí conmigo.
-solo me levanto para hacerte el desayuno.
-lo hacemos después juntos, ándale, no te levantes, quédate aquí hasta que me despierte.
-anda vuelve a dormir entonces, ya veremos por la mañana que quieres de desayunar.

Karla como siempre, daba un estirón y se repegaba a Gábriel, lo abrazaba con todo el cuerpo, con toda esa calma que la envolvía en ese instante, Gábriel besaba su frente y sonreía en medio de ese silencio, silencio que se rompía cuando él decía “te amo” pero Karla jamás alcanzaba a escucharlo, y de nuevo la habitación quedaba en silencio.

septiembre 22, 2011

A DESTIEMPO (novena parte)




Habían pasado muchas vidas desde que mis manos encontraron su lugar dentro de los bolsillos de mi abrigo, muchas vidas desde la última vez que levante la mirada del oleaje que mece los adoquines en las calles para encontrar en el brillo de una mirada la explicación a todos los universos que se creaban con una sonrisa, habían pasado muchas vidas, muchas desde la última vez que naufrague, que morí, habían pasado tantas vidas, tantas noches, tantas soledades, que el confort había llegado a entenderse muy bien con ese estado de lejanía de todo y de todos, sobre todo de los recuerdos que llegan después de media noche con el frío y que se quedan ahí, hasta las cuatro y media de la madrugada, cuando el frío es más fuerte, tanto, que el subconsciente le traiciona a uno para no morir de hipotermia, ¿Cuántos abrazos? ¿Cuántos besos? ¿Cuántos mimos y susurros en la obscuridad y el frío?

La ultima muerte había sido devastadora, había quedado poco de mi y de toda aquella emoción y fe que guardaba para otras vidas, ya no quedaba nada, había sido como si la explosión de aquella muerte se extendiera hasta tocar otras estrellas y apagarlas, no quedaba nada de mi mundo, no de ese que existió antes de aquella muerte, había pasado tanto tiempo, quizás por eso el confort con el que vivía ahora, lejos de todo aquello, en un estado de quietud que más que nada parecía apatía, una falta de apetito de todo, ya no por falta de hambre, hambre de latidos, hambre de suspiros, de besos, de miradas que te erizan la piel, de sonrisas que te ilumina toda la noche, mi falta de apetito había llegado por qué no encontraba ya ningún sabor en nada.

Es difícil de entender como uno pude llegar a ese punto, ese estado de inanición causado por la falta de un solo latido que sea elemental para hacer estallar toda la vida, es difícil de entender como uno puede dar veinte pasos y no sentir ni el viento rozando la cara, ni el suelo moviéndose bajo los pies, no sentir, porque no se puede sentir ya nada, no hay dolor, no hay tristeza, no hay alegría, no hay ni siquiera esa nostalgia que llega con los recuerdos y que rescata muchas veces un año entero de noches sin sueños, no se siente ya nada, no se puede sentir ya nada, es como estar en medio de una habitación a obscuras y ya no saber si estas arrastrándote o caminando, porque no sientes los golpes de los muebles con que te tropiezas, ni sientes las caídas, ni sientes las rodillas raspadas, y te quedas ahí, como ya no hay dolor, crees que todo está bien, aunque sepas que no lo está, pero no puedes hacer nada para ponerte de pie y encender la luz, porque estas tan cómodo así, sin dolor, que prefieres seguir a obscuras.

Es difícil explicarlo, igual de difícil que entenderlo, que encontrarle una razón o una lógica a eso, porque por instinto se supone que uno intentara levantarse, y encender la luz, pero algunas veces ya no hay luz que encender, ya no hay focos, ni velas, ni un cerillo que frotar para hacer que por un instante las chispitas de aquel cerillito iluminen la obscuridad en la que estamos, a mi ya no me quedaban cerillos, ni ganas de querer salir de esa obscuridad, y me encontraba cómodo ahí, sin importarme nada más, me sentía cómodo, eso era lo único que ahora podía sentir.

No era por falta de valor que hubiera decidido quedarme con ese confort tras mi última muerte, en realidad nunca le tuve miedo a esas muertes, ni a volver a nacer, nunca le tuve miedo al dolor que podía sentirse al latir, nunca le tuve miedo a arriesgarme a un naufragio, nunca le tuve miedo a perder, a dar, a recordar, nunca le tuve miedo a un latido dentro, pero tras la última muerte, me había quedado muy claro que lo imposible, era un latido que llegara de afuera y tuviera mi nombre, hay cosas para las que uno nace y otras para las que simplemente, no, y despertar un latido con mi nombre era algo que había entendido, jamás pasaría, Karla me lo enseño muy bien.

Habían pasado muchas vidas y mis manos se habían acostumbrado a las cenizas que anidaban dentro de los bolsillos de mi abrigo,
quizás,
por eso,
ahora tiemblo cuando Lucía toma mi mano.

Contra toda posibilidad existente, e inexistente, Lucía había encontrado a Gábriel, por azar o por destino varias noches atrás los números que marcaba en el teléfono los hacían acercarse, no desapercibidamente, pero si, sin saber qué rumbo tomarían sus cotidianidades, y hasta qué punto se romperían esos muros de cristal tras los que vivían cada quien por separado, el aislamiento que uno suele vestir tras colisiones que implosionan el corazón, suele ser tan cómodo que uno no pierde la soledad, aunque este en medio de una ciudad donde nunca se está solo, y Lucía y Gábriel vivían en ese aislamiento, sumergidos en ese vacío que algunas noches les asfixiaba al cerrar los ojos y que los obligaba a mantenerse despiertos para poder respirar.

Cada quien a su manera naufragaba cada noche tratando de encontrar una tabla que les mantuviera a flote en medio del agitado mar que puede volverse una vida sin vida, Lucía marcando números al azar en el teléfono, buscando una ventana auditiva que permitiera que la luz de la Luna le rescatara de aquella obscuridad que había en su vida; Gábriel naufragando en cafeterías de veinticuatro horas donde el eco de cuatro letras le alcanzara a rozar, solo así, por momentos, podía sentir ese extraño aire lleno de vida, perforándole los pulmones y en sus muñecas podía verse el pulso de nuevo sacudiendo alguna vena, solo así, mediante las historias que los insomnes dejaban en las paredes de aquellas cafeterías, y donde se mencionaban una y otra vez aquellas cuatro letras, Gábriel podía moverse en medio de aquella densa obscuridad que le envolvía.

-nunca había salido tan temprano de casa, bueno si, pero solo para ir al trabajo, ¿tienes algo que hacer después?

-no

-entonces ¿Por qué me citaste tan temprano?

-por el frio, el frio a esta hora se siente mejor, además, fíjate, mira a todas las personas que nos rodean, todos pasan apresurados, mirando una y otra vez el reloj, tocan las bocinas de sus autos como si eso pudiera hacer que el trafico se despejara y así llegar a checar su tarjeta de entrada al trabajo, se bajan del camión y toman un taxi que inmediatamente busca una salida a alguna calle que le permita avanzar un poco más, pero después de tres cuadras vuelve a frenarse ante el trafico, frente a una fila de doce autos mas, que pensaron lo mismo, que sintieron la misma desesperación ante el retraso, tocaran de nuevo las bocinas deseando que eso abriera aquella inmensa fila de autos para dejarles el paso libre, así como Moisés supongo, algo así, y eso hacen todos los días, todos los días es el mismo retraso, el mismo apuro.

-así soy yo, cuando voy al trabajo así soy, siempre se me hace tarde, nunca puedo llegar temprano al consultorio, por eso no programo ninguna cita antes de las nueve, porque sé que llegare tarde, y al menos así, tengo una hora para prevenir el trafico.

-bueno pero al menos eso debe hacer que tu no quieras ser como Moisés y tener poderes mágicos que hagan que el mar de trafico se abra para dejarte el paso libre.

-no, deje de creer en la magia hace muchos años.

-bueno, eso no creo que sea posible, ni en ti, ni en nadie, creo que jamás se deja de creer en la magia, pero bueno, eso lo arreglaremos después, ahora, fíjate bien, mira su prisa, ya sabes cómo se deben sentir, dices que eres así, pero hoy, hoy eres diferente y tienes el lujo de no tener prisa, de poder caminar lento, de poderte frenar para ver como avanza apresurado el mundo lleno de preocupaciones y de angustias, con los ojitos desvelados y en el estomago y en el alma un hueco por falta de desayuno ligero y sueños bastos, y así van todos, míralos, como sabes que sienten, hasta te aseguro que puedes escuchar su somnolencia, su enfado por los retrasos, su hambre de alimento y sueños, ¿lo sientes? Y eso haces todos los días ¿no?

-pues sí, tristemente si se como se sienten.

-pues bueno, hoy te regalo esta lentitud, este poder caminar a destiempo sin preocupaciones, y por el contrario, quiero que te sientas feliz, por hoy poder caminar sin prisa ni angustia, y pensar, quizás, que eres un foco de envidia, porque serás en medio de toda esta apresurada multitud, quien se pueda dar el lujo de no tener prisa, de no tener hambre, de no tener sueño, pero seguir soñando.

-pero si tengo hambre, me hiciste salir muy temprano de casa y no desayune, pensé que iríamos a desayunar.

-si, si, sabía que no desayunarías pero mira, te traje un yogurt y un pastelillo, a donde vamos está lejos, y desayunaremos allá, pero para que no pases tanta hambre, come mientras esto.

-¿A dónde iremos? Ayer no me dijiste.

-lejos, ya verás cuando lleguemos, es como un oasis, pero ya lo veras cuando lleguemos.

-oye, ¿y hasta que hora te quedaras conmigo?

-hasta que te aburras de mi, ya lo sabes, tienes la libertad de terminar la cita cuando te aburras.

-odio que siempre me digas eso, pero ash, ¿tienes algo que hacer por la tarde?

-acompañarte si es que aun no te has aburrido a esa hora.

-ash, ash, me choca que me digas eso, tonto. Oye ¿podemos irnos ya? Es que me siento rara, como que la gente nos voltea a ver mucho.

-pues si puedes caminar y comer al mismo tiempo, nos comenzamos a mover, aunque bueno, nos iremos despacio, porque la verdad no sé bien como llegar a donde vamos, y tendremos que ir preguntando y quizás hasta nos perdamos un poco, pero bueno, tenemos mucho tiempo, aun es temprano, y pues la gente te mira a ti, en primer lugar porque eres muy bonita y yo muy feo, y seguramente se preguntaran qué diablos hace una chica como tú al lado de un tipo como yo, y en segunda, te lo explique ahora, les da envidia verte a ti tan calmada y sin prisa, les estas despertando envidia, y por eso te miran así.

-ash!!! Tonto, tonto, vámonos ya, antes de que te de un golpe.

Lucía y Gábriel, durante el tiempo que pasaban compartiendo no solo las noches, sino también los días, olvidaban esa sensación de vacío que les cubría, podía girar el mundo apresuradamente, o lentamente, y ellos desde algún lugar, apartados de todo y de todos, contemplaban el nacimiento de estrellas, océanos trepando a los techos de habitaciones separadas que se unían por la espuma que nace entre suspiros, podían ser testigos de muchas cosas, desde ciudades que ardían donde había quien se rebelara por tener la necesidad de rebelarse, hasta tardes infinitas donde podían ver los dedos del viento dibujando imágenes sobre los adoquines de un parque con las hojas que caían de los arboles, como si mojara sus dedos en pintura ocre, sacudía las copas de los arboles, pasaba sus pálidos dedos sobre los adoquines, una sacudida mas para tener suficiente pintura en aquel rincón de la imagen, un suave y lento roce y magistralmente terminaba su dibujo sobre el adoquín, se elevaba presuroso hasta lo más alto, y feliz contemplaba desde arriba su creación, mientras en una banca Lucía y Gábriel encontraban cada figurita que había en aquel cuadro de tonos ocres.

Así pasaban los días y las noches escapando de ese vacío personal, que tenia cada quien por su cuenta, se rescataban para poder soñar, para poder volver a creer, aunque terminado el tiempo juntos, cada quien volvía a sentir ese vacío reincidiendo una y otra vez en sus cotidianidades, siguiendo el ritmo que la rutina les marcaba, con su tic tac, con sus horarios, con sus reglas, con su lógica, con lo correcto que todos hacen, sintiendo culpa por lo incorrecto que todos hacen, así, a distancia, seguían siendo soledades, monótonas soledades, cotidianas soledades, comunes soledades, el hambre se siente en todos, y ellos eran separados, como todos.

Sin embargo juntos, se sentían diferentes las cosas, y se sentían diferentes ellos, con todo y algunas ataduras que cada quien tenía, como por ejemplo ese no creer en la magia que la racionalidad de Lucía tenia, pero pasaba algunas veces que dejaba de ser así, había algunos momentos en que su lógica se venía abajo, y Gábriel lo veía, lo sentía, cuando la mirada de ella se fijaba en las cosas que él le señalaba para mostrarle una ventana abierta, como esas auditivas que ella solía buscar por teléfono antes, entonces ella sonreía al descubrir lo que Gábriel le señalaba, y él veía entonces en la comisura del lado derecho de su sonrisa, que un brillito de fe en las cosas mágicas destellaba, iluminando el rostro de Lucía y a Gábriel le parecía más hermosa.

Aquella mañana mientras Gábriel le enseñaba la prisa de la gente y le regalaba ese andar a destiempo, ese brillito apareció en medio de aquella plaza, y él sonreía, sabía muy bien que aquel brillo solo duraba poco tiempo y que después tendría que volver a buscar algún detalle mágico para darle de nuevo vida a aquel brillo que se escondía en la comisura del lado derecho en la sonrisa de Lucía, pero no le importaba cuantas veces tuviera que buscar la manera de despertar ese brillo, veía aquella desafortunada manera de perecer de ese brillo, como una nueva oportunidad que le daba la vida para hacerla sonreír, así que no le pesaba que ella siguiera escondiendo ese brillo con su racionalidad y su irracionalidad él seguía encontrando maneras de hacerla sonreír y brillar.

Caminaron unas calles hasta llegar a un paradero de camiones, ahí el dueño de un puesto de periódicos les dio las indicaciones para llegar a donde iban, parecía no ser tan complicado el camino, así que no existía tanta posibilidad de perderse; durante todo el camino Lucía tomaba la mano de Gábriel, como hacia siempre desde la primera mañana que se vieron, él estaba ya tan acostumbrado a caminar con las manos dentro de sus bolsillos, que cada vez que ella le tomaba la mano temblaba, aquello le ponía muy nervioso, porque desde el primer momento que sintió su manita apretando sus manos, él sintió ese aire de vida perforándole los pulmones, llenándolo de nuevo, de latidos, de vida, y eso le daba miedo a él, a ella quizás también, pero quien hacía notar mas su nerviosismo era él, por los temblores que le daban en las manos, y porque eso hacía que le sudaran las palmas, por lo que tenía que estarle pidiendo disculpas a Lucía, pero a ella parecía no importarle que le sudaran las palmas, al contrario, cada que él la soltaba para que el aire refrescara y secara un poco sus manos, ella inmediatamente se volvía a sujetar de ellas, y entonces a Gábriel no solo le temblaban las manos, temblaba todo él, por la intensidad de los latidos que ella le despertaba.

Llegaron a su destino a las nueve con doce minutos, no se habían perdido tanto, así que llegaron temprano, el lugar al que iban a entrar aun estaba cerrado, así que pudieron ir a desayunar a uno de los locales que rodeaba aquellos muros altos manchados por la humedad de aquella zona, el frío en aquel lugar se sentía con más fuerza que en la ciudad, así que Gábriel le prestó su abrigo a Lucía que no dejaba de tiritar y que por el frio tenía unas chapitas carmín en su carita, él cada vez que volteaba a verla sonreía, porque le parecía más hermosa con esas chapitas frías.

-vamos por un café de olla, el piloncillo te ayudara un poco a quitarte el frio, aunque la verdad te queda bien estar vestida con frio, te ves más bonita.

Lucía sonrió y sus chapitas brillaron mas, se colgó del brazo de Gábriel y le dijo

-si, por favor, vamos por un café que me estoy congelando.

Ese extraño acercamiento que tenían por momentos le hacía sentir a Gábriel algo que hacia muchas vidas no sentía, pero el miedo que tenia de que aquello que parecía ser, no fuera, le hacía buscar desesperadamente controlar sus latidos, no quería hacerle daño a Lucía, no quería decepcionarla o decir algo que pudiera incomodarla y que le alejara, o le decepcionara, así que cada vez que esos acercamientos extraños llegaban, él levantaba un muro de distancia y silencio, pero por alguna razón, Lucía se los brincaba.

Compraron el café y faltando tiempo para que abrieran las enormes y pesadas puertas de madera del lugar que él quería enseñarle a ella, fueron a caminar al bosque que había rodeando aquella fortaleza, desde que Lucía le pidió ir por el café, permanecía repegada a él, sujetándose de su brazo con las dos manos, incluso, mientras esperaban a que les dieran sus vasos de café, ella recargo su cabeza sobre el brazo de Gábriel, él, por como siempre, en un acto de inconsciencia se acercaba a su cabeza para oler su cabello, le encantaba oler su cabello, y cada que tenia oportunidad por alguno de esos acercamientos que tenia Lucía, el se llenaba los pulmones de ese aroma que tenía el cabello de Lucía, y toda ella.

Había tantas cosas que Gábriel disfrutaba de Lucía, cositas pequeñas pero tan especiales como ese aroma que tenia ella, los ruiditos que hacia al dormir y que el escuchaba atentamente por teléfono, imaginando las muecas que debía estar haciendo, su manera de sonreírle siempre a la gente, incluso a desconocidos, pero siempre tan amable al tratarles, que inevitablemente, la gente rompía sus muros de sobriedad para regresarle esa sonrisa junto con los buenos días, o buenas tardes, o buenas noches, incluso, hasta un hola, acompañado de una familiaridad al decirlo que hasta uno podía suponer que esas personas eran parte de sus cotidianidades, esos conocidos desconocidos, Lucía era tan especial que era inevitable que Gábriel no sonriera algunas tardes, cuando lejos de ella el recuerdo de esos detallitos que tenia Lucía le llegaban cuando el frio de esas horas le pedía permiso para entrar a acompañarlo.

Esas sonrisas en medio de aquellos océanos de recuerdos le encendían alarmas en su cabeza, sabía lo que pasaba dentro, sabia porque sonreía, sabía que nacía y moría dentro de él, pero suponiendo siempre que tendría el control de las cosas y confiando en que el miedo que le frenaba se mantuviera ahí, se dejaba llevar y naufragar en aquellos recuerdos mientras la ausencia de Lucía lo acompañaba, esperando un día mas, un instante mas, al lado de ella, aquella mañana al sentirla repegada a él y aferrándose a su brazo, esas alertas se encendieron, pero como en aquellas tardes a solas, confió en su miedo, y se dejo llevar despreocupado, disfrutando de esa sensación que le perforaba los pulmones y le llenaba de vida, al lado de Lucía.

septiembre 17, 2011

A DESTIEMPO (octava parte)



Había olvidado que las calles lucen más brillantes de noche que de día, que los adoquines del centro de esta ciudad se derriten a la luz de la Luna para convertirse en mares que esconden entre oleajes y corales, el eco de los besos que tantas vidas atrás cubrieron los muros de los edificios, había olvidado que el frío de madrugada es mas tibio, porque siempre trae el recuerdo de batallas insomnes, de besos que cabalgaron en una hora todos los kilómetros de piel que hay entre un lunar y una estría, entre un pómulo y una húmeda clavícula, entre una axila y el horizonte de unos muslos, tibios.

Había olvidado tantas cosas de la noche, pero Karla prefería naufragar de día, y por las noches refugiarse en el humo de algún antro donde el sonido de la música dejara pocas ganas de intentar soltar una palabra o diez, Karla prefería algún bar fino donde se sirvieran tragos con nombres exóticos, algunos en francés que daban pie a que pudiera burlarse de la difícil pronunciación que le daban a los tragos algunos de sus amigos, Karla era una mujer de día, y si bien era cierto de solía acercarse a mi mundo cuando se hartaba del rímel y los polvos, cuando le quemaban la espalda las etiquetas de su costosa ropa, cuando buscaba desnudarse hasta de su nombre y ser simplemente quien roncaba lejos del glamur que ella portaba para guardar la pose.

Siempre me sentí privilegiado por poder ser testigo de aquello, siempre le estuve agradecido por haberme tenido la confianza necesaria para dejarme verla sin poses, sin maquillajes, sin sus escandalosos tacones al caminar, que igual que su risa, hacían que inevitablemente todo mundo la volteara a ver cuando entraba en alguna habitación, pero cuando entraba en mi mundo, se desnudaba hasta de esa risa, y varias veces me dejo ver correr por su rostro, una o varias lagrimas.

Karla y yo éramos de mundos diferentes, sin embargo habían cruzado muchas veces las mismas estrellas al mismo tiempo, sobre nosotros, y nos encontrábamos sin buscarnos, debo decir que sus compañías no eran de mi agrado, y muchas veces desistí a sus invitaciones para seguir la noche al lado de su grupo de amigos, algunas ocasiones, supongo que ella no estaba de tanto animo de dichas compañías y se quedaba conmigo, pasábamos la madrugada entonces en una de esas cafeterías de veinticuatro horas, como esa en que nos conocimos la primera vez, era en esas madrugadas que sin saber si era el café, o el insomnio, o el humo que de noche brilla diferente, o sus ojeras radiantes a las cinco de la madrugada, que me hacían verla diferente y pese a ser rubia, me parecía hermosa a las cinco con veinte minutos cuando salíamos de aquellas cafeterías a naufragar los pocos minutos que le restaban a la obscuridad.

La relación entre Karla y Gábriel había cambiado mucho, Gábriel encontraba en Karla lo que ella a nadie más le mostraba, y ella encontraba en él, a quien la miraba como nadie más lo había hecho, poco a poco ella se permitía ser al lado de Gábriel, la mujer que nadie más quiso ver, la mujer que ella tenía miedo de ser, pero Gábriel, por alguna razón, siempre la vio así, bajo el maquillaje y la ropa extravagante, bajo ese aire vulgar de femé fatal con el que solía vestirse Karla, Gábriel sabía que había algo mas, algo más que ropas caras, algo más que maquillaje, algo más que piel, algo más que esa carcasa manoseada que cubría a Karla.

Algunas veces vemos en alguien algo que nadie más puede ver, algunas veces ni siquiera esa persona a quien miramos se da cuenta de ese algo que nos llama, inexplicablemente nos llama a quedarnos a su lado, sin razón alguna, sin encontrarle una explicación clara a ese algo, y muchas veces, pese a todas las diferencias que nos separan y pese a lo distantes que pueden ser nuestros mundos, se unen por ese delgado hilo indescriptible que sentimos sin razón, y que pareciera ser algunas veces, que solo nosotros lo vemos, lo sentimos, Gábriel veía ese algo en Karla, algo que ni ella ni sus amantes habían visto, pero Gábriel si, y era ese algo, lo que hacía que él se quedara al lado de Karla, pese a todas las diferencias que existían en sus mundos, en sus vidas, en sus cotidianidades.

Algunas veces ese algo va apareciendo con el trato, con el paso del tiempo, o algunas veces aparece a destiempo, sin razón alguna, en la primera mirada, en el primer roce de los dedos cuando por azares del destino dos personas toman el mismo libro al mismo tiempo en una librería, en ese roce de viento cuando esperando la luz verde de un semáforo, el aroma escondido tras la nuca de una mujer se escapa para despertar ese algo, en el tipo que al lado va pensando en pagar la renta o la mensualidad de alguna tarjeta, rescatado por el aroma aquel fulano voltea y la mira, tan solo para darse cuenta que ha naufragado en un indescriptible mar con labios carmín, lo que suceda después depende del valor del fulano, o de su cinismo, o como en el caso de Gábriel y Karla, del cinismo de ella, una rubia escandalosa que una noche lo vio sentado afuera de una cafetería y que sin tener idea, ninguno de los dos, aquella noche habían comenzado a naufragar.

Karla y Gábriel habían sentido ese frío filo recorriéndoles la espalda desde la primera vez que sus miradas se cruzaron, pero demasiadas diferencias en sus mundos hacían que se separaran y se encontraran, algunos encuentros eran más breves que otras noches, muchas veces Gábriel terminaba hastiado de ese aire vulgar con que se vestía Karla, pero entonces ella desnudaba una mirada, un sollozo, un recuerdo perdido que había dejado algún eco viviendo dentro de la voz de Karla que como fantasma aparecía repentinamente entre alguna carcajada, y Gábriel lo veía, y Gábriel lo sentía, y entonces volvía a pensar que había algo en Karla más grande que todo ese aire de femé fatal que ella usaba como disfraz y al final de la noche Gábriel se quedaba al lado de Karla.

Las cosas cambiaron mucho desde la primera noche que sus miradas se encontraron, y habían cambiado mas desde la primera vez que Karla se había desnudado de todo lo que la envolvía, para dejarse ver por Gábriel como nadie más lo había hecho, la confianza nació, tanto como para que un día cualquiera, en que las lagrimas de Karla se asomaron, ella sintiera que junto a él, estaría a salvo la fragilidad que ella escondía.

En ese tiempo en que ella conseguía desnudarse de todo, para mostrarse ante él como nadie más la había visto, Gábriel siempre se preguntaba porque nadie más quiso ver a aquella mujer, así, desnuda de todo, sin poses, sin aires de fatalidad, sin aquel cuerpo con el que todos parecían llenarse, sin querer dejar a cambio una caricia o un beso, que de verdad pudiera dejar una huella, una gota que llenara aquel pozo de agua en medio del desierto que parecía ser Karla para muchos, encontraba en ella una fragilidad tan hermosa, mucho más hermosa que toda ella, si bien era cierto que lo primero que Gábriel conoció de Karla fue su físico, a él jamás le había llamado el deseo de rozarle, el deseo de besarle, el deseo de tocar a Karla como cualquier otro hombre con el que ella había estado, él la veía, completa, y después de haberla visto quebrarse al sentirse rechazada, le comenzó a parecer más hermosa, pese al llanto, pese a los pucheros, pese a aquella apariencia vulgar de Karla, después de verla llorar, Gábriel la comenzó a ver desnuda, de todo, sobre todo de ella o de lo que aparentaba ser.

Era entonces que aquel indescriptible algo, que Gábriel veía en Karla, parecía más real, e indiscutiblemente él sentía que había mas en Karla, de lo que ella misma creía.

Karla podía ser la mujer más ajena del mundo de Gábriel, llena de muchas cosas que a él nunca le habían parecido necesarias para que una mujer se sienta mujer, su exagerada y vulgar manera en que ella manejaba y explotaba su sexualidad, sus frivolidades y banalidades, su falta de interés en tantas cosas, incluso hasta en ella misma, en lo que había dentro de ella, esa manera tan desesperada con que parecía quererse gastar y llenarse de vacío con sus actos, con sus relaciones tan simples y desapegadas de cualquier lazo emocional que pudiera llegar a sentir, era cierto, Karla no era la mujer que Gábriel consideraría para estar el resto de sus vidas compartiendo su mundo, pero existía algo, ese misterioso algo que muchas veces vemos en alguien, y que sin saber porque, nos hace quedarnos al lado de alguien completamente diferente a todo lo que habíamos esperado, y así era Karla para Gábriel.

Lo que para Karla era él, era igual de inexplicable, porque él lo único que tenía en común con los hombres con quienes solía pasar los días y las noches Karla, era el género, de ahí en fuera, Gábriel era completamente distinto a todos ellos, las diferencias bien podrían ir desde lo físico, pues él no era de esos tipos guapos como con los que solía salir ella, no tenía esa belleza masculina que hacen que las mujeres lo voltearan a mirar, no tenía, simplemente, ese aire masculino, ni porte de caballero extraviado buscando pasar el rato con las mujeres de la taberna antes de llegar al palacio a rescatar a su princesa, no, Gábriel no era nada de eso, no tenía nada de eso que los hombres con los que pasaba Karla el tiempo tenían, pero ella veía algo en él, quizás no lo mismo que él veía en ella, pero ambos encontraban ese algo que les hacia quedarse juntos al final de la madrugada.

¿Cómo se le llama a ese algo que no se ve, pero se siente? Ese algo que nos hace voltear a ver a alguien como ni esa persona se ha visto, ese algo especial que hace que las diferencias no importen, no pesen, y que hace que dos mundos, por diferentes que parezcan, se junten para implosionar en un instante que te hace encontrar en la mirada de alguien, razones para seguir un día más a su lado, o muchas noches más.

Gábriel no sabía qué era lo que encontraba en Karla, muchas veces hasta pensó que era algo irreal, algo que él había decidido inventarse para justificar el tiempo que pasaba con Karla, pero la mañana en que le vio desnudarse los ojos del rímel para dejar correr sus lagrimas al sentirse rechazada, él supo que era real ese algo, y el día de su cumpleaños en que ella le había regalado a Gábriel la primera noche soñando juntos, él había despertado con la certeza de saber que sus mundos, con todas las diferencias existentes, ahora latían un mismo pulso, después del primer beso, hubo muchos más, hubo muchas noches más, y tardes, y días, y a cada momento que compartían, uno aprendía del otro, Karla comenzó a recorrer mas el mundo de Gábriel, olvidaba andar por el de ella, que ahora parecía una senda demasiado lejana y a la que cada día le costaba más trabajo querer regresar, había dejado el maquillaje y el glamur con el que acostumbraba a vestirse o más bien a disfrazarse para que nadie viera lo que había debajo, pero sin tener una razón lógica a Gábriel le había permitido entrar donde nadie más había entrado.

Gábriel se sentía fascinado por todo aquello que Karla iba mostrando, su fragilidad, su asombro ante las cosas más pequeñas que compartían en sus días, esa ternura con que ella lo abrazaba por las noches por miedo a pesadillas, algunas tan infantiles, pero otras tan llenas de explicaciones a el comportamiento de Karla, muchas veces Gábriel pasaba la noche entera viéndola dormir, enamorado de cada gesto que ella hacia entre ronquidos, entre pucheritos que le indicaban que Karla estaba teniendo pesadillas, entonces él le rozaba la mejilla, besaba su frente y después de dar un estirón, Karla se repegaba a Gábriel con los ojos cerrados y con una sonrisa en su rostro, bastaba ese pequeño roce para que las pesadillas de Karla desaparecieran.

Aquella femé fatale que cínicamente una madrugada se metió al baño de hombres para encontrarse a Gábriel, había desaparecido, y cada mañana que despertaban juntos, Gábriel encontraba a su lado, a una mujer sensible, mucho más femenina así, con los ojos hinchados y sin maquillaje, con el cabello alborotado y los labios despintados, tan lejana de aquella rubia escandalosa que vio en aquella cafetería de veinticuatro horas.

Aquello le parecía a Gábriel algo especial, algo único, y siempre sintió gratitud a Karla, a la vida o al destino, por haberlo dejado ser testigo de aquella desnudez con que Karla ahora se vestía, Gábriel sabía que estaba enamorado de Karla, pero la palabra amor se callaba en aquella relación, él no tenía el valor de preguntarle a Karla que eran, y ella no tenía ganas de ponerle nombre a la relación más extraña que ella había tenido, algunas veces se mencionaba la palabra amor, pero no era para hablar de ellos dos, era para hablar de la relación que ella había tenido con aquel tipo que la había dejado desnuda en un hotel para correr a salvar su matrimonio, Karla lo amaba, y era solo en esa relación donde ella aceptaba que existía ese sentimiento dentro de ella, y Gábriel lo nombraba así, con todas sus letras, sin importarle que esas letras quisiera decirlas él a ella, pero prefería callar porque sabía que uno de los sentimientos más grandes que había dentro de Karla era el miedo y en el punto en el que se encontraban a él también le latía el miedo dentro.

Gábriel pese a todo, estaba enamorado de Karla, no de la rubia que había conocido, estaba enamorado de la mujer desnuda que ella le había dejado ver después de que el llanto despintara hasta su cabello, que ahora ya no era rubio, ese algo que había hecho que él se quedara a su lado muchas noches sin saber que era, poco a poco se iba volviendo un todo, y le gustaba su risa, y le gustaban sus pucheros, y le gustaba su manera de caminar hacia el baño por las mañanas para comenzar su cotidianidad, y le gustaba su carita sonrojarse cuando Gábriel encontraba en su pasado un rasguño que la mostraba frágil, le gustaban muchas cosas de ella, y le gustaba que ella le preguntara por las cosas que veía él en su mundo, les gustaba compartir sus mundos, aprender a hacer puentes entre lo que ellos veían o sentían, quizás por todo lo que les gustaba de estar juntos era que ambos compartían el mismo miedo a enfrentar las palabras y ponerle nombre a aquella relación, a nombrarse con cuatro letras lo que en sus ojos se asomaba después de complicidades.

Gábriel estaba enamorado de Karla, pero Karla de él nadie podía asegurarlo, sin embargo Gábriel la amaba, quizás una de las formas del amor que todos llegamos a conocer en algún punto de nuestras vidas es el amor no correspondido, sin embargo, pese a que todos lo hemos vivido, sigue resultando inexplicable todo lo que este tipo de amor trae a nuestras vidas, y a la vida de Gábriel traía el día a día, como si esa forma de amor fuera la única que él estaba destinado a conocer, incluso con Karla, pese a todo lo que él veía en ella ahora, él seguía sintiendo dentro, ese miedo de ser para ella, solo un ave de paso, uno más de su lista de amantes, aunque quizás, la palabra amante le quedaba más justa a él que a cualquier otro que hubiera besado a Karla, porque él, a diferencia de los demás, él la amaba, silenciosamente la amaba.

-¿Qué hora es?
-no sé, deben de ser como las tres y media, vuelve a dormir, aun es temprano
-tengo que llegar temprano al trabajo, tengo junta en la oficina, si te quedas despierto ¿me puedes despertar a las cinco?
-sabes que no duermo cuando me quedo contigo, anda duérmete que yo te despierto a las cinco ¿quieres que te prepare algo de tu ropa?
-no, ya tengo todo listo, solo despiértame, sabes que me cuenta trabajo despertar cuando estoy contigo.
-no sé porque, de verdad nunca he entendido porque no duermes igual cuando no estoy aquí, pero bueno, un día lo averiguaremos, duerme ya, yo te despierto a las cinco.

Karla dio un pequeño estirón, se repego a Gábriel y lo abrazo mientras sus ojos estaban aun cerrados y una sonrisa en el rostro iluminaba aquella habitación, Gábriel beso su cabeza y susurro “te amo”, pero Karla ya estaba dormida y no lo escucho, esa fue la primera vez que Gábriel susurro un te amo con la luz que irradiaba la sonrisa de Karla al dormir, pero también fue la primera vez que ella no lo escucho, y después hubieron muchas primeras veces, y en ninguna de esas veces, ella lo pudo escuchar.

-¿Qué hora es?
-son casi las seis
-¿te irás?
-sí, tengo que irme
- No te vayas, por favor quédate, quédate esta vez, no tienes que irte, esta vez quédate.

Ella lo miraba tratando de que estas palabras le convencieran a él de quedarse esta vez, muchas veces se habían encontrado, hacía muchos años, hacia ya muchas vidas, pero buscaban cosas diferentes y pese a haberse acompañado durante muchos momentos, jamás se habían quedado juntos.

Él se sentó en la orilla de la cama, volteo a mirarla y en los ojos de ella encontró un poco de lo que él había estado buscando muchas vidas atrás y que encontraba cada que alguien se atrevía a mirarle y que encontró hacía mucho tiempo cuando ella se desnudo por primera vez de todo, hasta de ella, cuando Karla se dio cuenta de que él había encontrado de nuevo ese algo en sus ojos, se avergonzó, y la piel de sus mejillas se cubrió de carmín y bajo la mirada; él dejo correr su mirada sobre sus mejillas, fue deslizando sus pupilas sobre su piel sonrojada, cubierta de esos pequeños vellitos que le hacían parecer un durazno, siempre se lo dijo, siempre existió esa comparación entre su piel y la piel de un durazno, cosa que a ella siempre le hacía sonreír.

Muchos tiempos pasaron juntos, muchas veces se separaron, cada quien recorría el camino que les acercara a lo que buscaban, pero pese a no ser uno para el otro aquello que necesitaban, la vida les hacia reencontrarse muchas veces, algunas veces ella mas vacía, algunas veces él más firme en encontrar lo que tanto buscaba, tan lejos uno del otro, pero la complicidad que surge cuando la confianza permite desnudarse de pieles y de nombres, y de cualquier cosa que les alejara, les hacia encontrarse y disfrutar la compañía y las miradas y aquellos instantes en que un beso les limpiaba el polvo que traían de sus días ajenos ensuciándoles la ropa.

-¿Por qué tienes que irte? ¿Es por Lucía?
-tengo que irme solo es eso, tengo que irme.
-¿porque sigue inquietándote tanto ella? ¿Porque sigues sin dormir pensando en ella? ¿Porque no te permites seguir adelante?
-no tienes derecho a mencionar a Lucía, ella no tiene ya nada que ver con esto, solo tengo que irme eso es todo.
-¿A dónde iras? Sabes bien que ya no te encuentras en ningún lugar, sabes bien que ya no estás a gusto en ningún sitio, ya no te llena ninguna compañía, ni yo, ya ni yo puedo hacer que te sientas feliz, haga lo que haga ya ni yo puedo llenar el vacío que ella te dejo.
-no la metas en esto por favor, ella no dejo ningún vacio en mí, no tuvo la culpa ella de lo que paso, fue, fue, no sé qué diablos fue, no sé qué paso, no sé ni porque paso lo que paso, pero ella no tuvo ninguna culpa, ni de lo que fue, ni de lo que ahora pasa en mí, no la metas en esto que créeme, más daño me causaste tu cuando te fuiste.
-a mí nunca me miraste como a ella, a mí nunca me amaste como a ella ¿Por qué no pudiste enamorarte de mí? ¿Porque Lucía y no yo?
-¿Por qué crees que nunca estuve enamorado de ti? Te ame, juro que te ame, cada que te miraba te amaba, cada que te besaba te amaba, cada que llegabas con las alas rotas por esa necesidad tuya de buscar en el cuerpo de otros lo que jamás quisiste ver en mi, te ame, pese a los otros, te ame, pese a que para ti solo fura sexo, te ame, pese a que para ti éramos tan distintos, te ame, pese a ti, y pese a mí, te ame, lo que deberías de preguntarte es ¿Por qué nunca pudiste enamorarte tu de mi? ¿Por qué nunca tuviste valor para enamorarte? Me preguntas ¿porque Lucía y no tu? Podría decirte que no tengo respuesta, no sé porque me enamore de Lucía, pero se, que a diferencia de ti, Lucía creía en el amor…