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mayo 08, 2014

HISTORIA DE UN CORAZÓN SIN HISTORIA I

La calle durante la madrugada seguía conservando su magia, su encanto, el pasillo largo flanqueado por las fachadas de casitas de ladrillo, los marcos de madera en las ventanas tras las que se escondían cortinas de colores, macetas recargadas en las cornisas o en maceteros bajo las ventanas, aquel camino de piedras de colores que aun con la luz de la Luna brillaban parpadeando sus tonos, azules, amarillos, grises, negros, blancos y algunos rojos, amaba caminar por aquel pasillo a cualquier hora, por las tardes las ventanas abiertas dejaban escapar el olor de las cocinas y uno fácilmente podía distinguir lo que se cocinaba, pollo, res, carnero, algunas veces pescado, pero durante todo el recorrido por aquel pasillo uno se llenaba de la vida de aquel lugar; había otros caminos para llegar hasta el puerto, pero me gustaba caminar por aquel pasillo, la curva donde se comenzaba a asomar el embarcadero siempre me parecía un amanecer esplendoroso, poco a poco se iba asomando el mar detrás de las tablas del puerto, poco a poco te llegaba de golpe el rumor del oleaje, de la espuma, de ese olor metálico que tiene el mar, al terminar de salir de aquel pasillo el colorido de las piedras cambiaba a la suavidad de una arena blanquizca y tan blanda que los pies se hundían en ella.

De todas las ventanas que recorría en aquel pasillo la ultima era a la que mas cariño le tenia, el señor Juan y su esposa, la señora Claudia, eran las personas con las que mas convivía en aquel pueblito, siempre tenían algo que darme, un buenos días, buenas noches, una rebanada de pastel, un plato en su mesa, un abrazo que se sentía familiar y que siempre me hacia sentir parte de sus vidas, me gustaba pasar tiempo con ellos, escuchando las historias de cuando llegaron al pueblo, las historias de cómo se conocieron, de cómo habían escapado de otra vida para poder comenzar de nuevo en un lugar donde solo existieran ellos, vivir juntos todos estos años, estar juntos tanto tiempo y seguir mirando ese brillo en sus ojos cuando uno estaba frente al otro, ellos eran el mejor ejemplo de todas las cosas que desconocía pero que quería conocer.

El señor Juan tenia un pequeño barco con el que salía a pescar de vez en cuando, así lo conocí, en una de mis escapadas de madrugada cuando descubrí aquel pasillo de puertas y ventanas traseras, lo encontré preparando su barquito para salir a pescar, a él le pareció raro encontrar a alguien a esas horas, a mi me pareció raro encontrar a alguien a esas horas y mas, preparándose para zarpar, pero nunca he entendido los horarios de los pescadores, aceptando su invitación esa misma madrugada lo conocí en una charla al ritmo de la marea nocturna, y también a ese mismo ritmo, me conoció un poco, lo bastante para que me extendiera otra invitación para desayunar al regresar, entonces conocí a Claudia, conocí su historia, conocí su amor, su vida juntos llena de amor.

El señor Juan y Claudia llenaron mis días de historias, de magia, de ese sentimiento que tenían juntos y que inevitablemente uno al conocerlos, se sentía antojado para salir a buscar su propia historia, su propia Claudia, su propio Juan, y creo que no ser el único en el pueblo que los miraba así, tenían el peculiar poder de despertar sonrisas a la gente que los miraba caminar juntos cuando salían a la plaza a comprar su despensa, no importaba si se trataba de la señora mas dulce extendiéndoles una rebanada de pan, o si era el carnicero mas tosco entregándoles los filetes de la tarde, sin importar la rudeza o ternura de las personas que les tenían enfrente, todo mundo les sonreía, todo mundo les miraba con ese asombro que uno siente cuando esta frente a un fenómeno maravilloso, inexplicable quizás para algunos, pero maravilloso, así eran ellos juntos, un agujero ambulante en el universo por donde se fugaba una luz cálida que hacia sonreír a todos, les quería mucho a ambos, y quiero pensar que ellos me querían a mi, les quería tanto que por eso comprendí todo el dolor que el señor Juan sintió al perder a Claudia, lo comprendí bien y muchos, porque no solo el señor Juan la había perdido, la habíamos perdido todos, la había ganado el universo en forma de estrella, pero aquí en el pueblo donde estábamos los que la conocíamos, no podíamos dejar de sentir una perdida brutal y sin sentido.

Cuando Claudia enfermo me pidió que no saliera de su casa, me ofreció una habitación para que pudiera quedarme a acompañar al señor Juan y para poder cuidarlo a él también, se dedico a estar al lado de Claudia y se despreocupaba de él mismo, si no lo llamara para avisarle que estaba lista la comida estoy seguro que no comería, que no se cambiaría la ropa, ni dormiría, nos relevábamos para cuidar a Claudia, aunque los momentos que el usaba para comer, descansar y asearse eran muy breves, no quería despegarse de Claudia, y lo entendía, después de haber conocido su historia y después de haber visto el brillo en sus ojos cada que se miraban, entendía lo que sentía, entendía su miedo, su coraje, entendía su tristeza, su impotencia, entendía su silencio y que ya no hubiera historias de sobremesa, de madrugada, entendía su mirada agachada cuando estaba en otra habitación, y entendía su mirada clavada en la mano de Claudia cuando estaba junto a su cama.

Los primeros días de la enfermedad de Claudia el señor Juan no dejaba de pedirle que luchara, que no se rindiera, que siguiera a su lado, que aun les faltaban historias por vivir, Claudia respondía con algún chiste, buscando cambiarle las lagrimas al señor Juan por una sonrisa, recordaban entonces algunos viajes que habían realizado y el señor Juan inmediatamente le pedía a Claudia que se repusiera para regresar a aquellos lugares, a visitar aquellos campos de naranjas y de girasoles, a recoger uvas y fresas, a caminar juntos, simplemente a caminar juntos; desgraciadamente la enfermedad de Claudia avanzo muy rápido, su cuerpo se deterioro a la velocidad de las lagrimas, las de el señor Juan y las que Claudia soltaba frente a mi, a escondidas del señor Juan, Claudia me había vuelto el guardián de su miedo, de sus lagrimas, me encomendaba la tarea de cuidar mucho al señor Juan, de no dejarlo después de que ella partiera, me pedía que lo acompañara, que me mudara a la habitación extra que tenían y que no lo dejara solo, que buscara como darle fuerza para aceptar su partida, que le ayudara a seguir encontrando vida, el señor Juan escondía sus lagrimas en el plato de comida que le preparaba, o en la ducha, Claudia escondía sus lagrimas en mis manos, y yo escondía mis lagrimas de los dos mientras iba a la plaza a comprar la cosas que hacían falta en su casa nunca he sabido como esconder la tristeza por una vida que se esta apagando, ¿dónde esconderá el universo su tristeza cada que una estrella muere?