LO QUE SOY

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septiembre 22, 2011

A DESTIEMPO (novena parte)




Habían pasado muchas vidas desde que mis manos encontraron su lugar dentro de los bolsillos de mi abrigo, muchas vidas desde la última vez que levante la mirada del oleaje que mece los adoquines en las calles para encontrar en el brillo de una mirada la explicación a todos los universos que se creaban con una sonrisa, habían pasado muchas vidas, muchas desde la última vez que naufrague, que morí, habían pasado tantas vidas, tantas noches, tantas soledades, que el confort había llegado a entenderse muy bien con ese estado de lejanía de todo y de todos, sobre todo de los recuerdos que llegan después de media noche con el frío y que se quedan ahí, hasta las cuatro y media de la madrugada, cuando el frío es más fuerte, tanto, que el subconsciente le traiciona a uno para no morir de hipotermia, ¿Cuántos abrazos? ¿Cuántos besos? ¿Cuántos mimos y susurros en la obscuridad y el frío?

La ultima muerte había sido devastadora, había quedado poco de mi y de toda aquella emoción y fe que guardaba para otras vidas, ya no quedaba nada, había sido como si la explosión de aquella muerte se extendiera hasta tocar otras estrellas y apagarlas, no quedaba nada de mi mundo, no de ese que existió antes de aquella muerte, había pasado tanto tiempo, quizás por eso el confort con el que vivía ahora, lejos de todo aquello, en un estado de quietud que más que nada parecía apatía, una falta de apetito de todo, ya no por falta de hambre, hambre de latidos, hambre de suspiros, de besos, de miradas que te erizan la piel, de sonrisas que te ilumina toda la noche, mi falta de apetito había llegado por qué no encontraba ya ningún sabor en nada.

Es difícil de entender como uno pude llegar a ese punto, ese estado de inanición causado por la falta de un solo latido que sea elemental para hacer estallar toda la vida, es difícil de entender como uno puede dar veinte pasos y no sentir ni el viento rozando la cara, ni el suelo moviéndose bajo los pies, no sentir, porque no se puede sentir ya nada, no hay dolor, no hay tristeza, no hay alegría, no hay ni siquiera esa nostalgia que llega con los recuerdos y que rescata muchas veces un año entero de noches sin sueños, no se siente ya nada, no se puede sentir ya nada, es como estar en medio de una habitación a obscuras y ya no saber si estas arrastrándote o caminando, porque no sientes los golpes de los muebles con que te tropiezas, ni sientes las caídas, ni sientes las rodillas raspadas, y te quedas ahí, como ya no hay dolor, crees que todo está bien, aunque sepas que no lo está, pero no puedes hacer nada para ponerte de pie y encender la luz, porque estas tan cómodo así, sin dolor, que prefieres seguir a obscuras.

Es difícil explicarlo, igual de difícil que entenderlo, que encontrarle una razón o una lógica a eso, porque por instinto se supone que uno intentara levantarse, y encender la luz, pero algunas veces ya no hay luz que encender, ya no hay focos, ni velas, ni un cerillo que frotar para hacer que por un instante las chispitas de aquel cerillito iluminen la obscuridad en la que estamos, a mi ya no me quedaban cerillos, ni ganas de querer salir de esa obscuridad, y me encontraba cómodo ahí, sin importarme nada más, me sentía cómodo, eso era lo único que ahora podía sentir.

No era por falta de valor que hubiera decidido quedarme con ese confort tras mi última muerte, en realidad nunca le tuve miedo a esas muertes, ni a volver a nacer, nunca le tuve miedo al dolor que podía sentirse al latir, nunca le tuve miedo a arriesgarme a un naufragio, nunca le tuve miedo a perder, a dar, a recordar, nunca le tuve miedo a un latido dentro, pero tras la última muerte, me había quedado muy claro que lo imposible, era un latido que llegara de afuera y tuviera mi nombre, hay cosas para las que uno nace y otras para las que simplemente, no, y despertar un latido con mi nombre era algo que había entendido, jamás pasaría, Karla me lo enseño muy bien.

Habían pasado muchas vidas y mis manos se habían acostumbrado a las cenizas que anidaban dentro de los bolsillos de mi abrigo,
quizás,
por eso,
ahora tiemblo cuando Lucía toma mi mano.

Contra toda posibilidad existente, e inexistente, Lucía había encontrado a Gábriel, por azar o por destino varias noches atrás los números que marcaba en el teléfono los hacían acercarse, no desapercibidamente, pero si, sin saber qué rumbo tomarían sus cotidianidades, y hasta qué punto se romperían esos muros de cristal tras los que vivían cada quien por separado, el aislamiento que uno suele vestir tras colisiones que implosionan el corazón, suele ser tan cómodo que uno no pierde la soledad, aunque este en medio de una ciudad donde nunca se está solo, y Lucía y Gábriel vivían en ese aislamiento, sumergidos en ese vacío que algunas noches les asfixiaba al cerrar los ojos y que los obligaba a mantenerse despiertos para poder respirar.

Cada quien a su manera naufragaba cada noche tratando de encontrar una tabla que les mantuviera a flote en medio del agitado mar que puede volverse una vida sin vida, Lucía marcando números al azar en el teléfono, buscando una ventana auditiva que permitiera que la luz de la Luna le rescatara de aquella obscuridad que había en su vida; Gábriel naufragando en cafeterías de veinticuatro horas donde el eco de cuatro letras le alcanzara a rozar, solo así, por momentos, podía sentir ese extraño aire lleno de vida, perforándole los pulmones y en sus muñecas podía verse el pulso de nuevo sacudiendo alguna vena, solo así, mediante las historias que los insomnes dejaban en las paredes de aquellas cafeterías, y donde se mencionaban una y otra vez aquellas cuatro letras, Gábriel podía moverse en medio de aquella densa obscuridad que le envolvía.

-nunca había salido tan temprano de casa, bueno si, pero solo para ir al trabajo, ¿tienes algo que hacer después?

-no

-entonces ¿Por qué me citaste tan temprano?

-por el frio, el frio a esta hora se siente mejor, además, fíjate, mira a todas las personas que nos rodean, todos pasan apresurados, mirando una y otra vez el reloj, tocan las bocinas de sus autos como si eso pudiera hacer que el trafico se despejara y así llegar a checar su tarjeta de entrada al trabajo, se bajan del camión y toman un taxi que inmediatamente busca una salida a alguna calle que le permita avanzar un poco más, pero después de tres cuadras vuelve a frenarse ante el trafico, frente a una fila de doce autos mas, que pensaron lo mismo, que sintieron la misma desesperación ante el retraso, tocaran de nuevo las bocinas deseando que eso abriera aquella inmensa fila de autos para dejarles el paso libre, así como Moisés supongo, algo así, y eso hacen todos los días, todos los días es el mismo retraso, el mismo apuro.

-así soy yo, cuando voy al trabajo así soy, siempre se me hace tarde, nunca puedo llegar temprano al consultorio, por eso no programo ninguna cita antes de las nueve, porque sé que llegare tarde, y al menos así, tengo una hora para prevenir el trafico.

-bueno pero al menos eso debe hacer que tu no quieras ser como Moisés y tener poderes mágicos que hagan que el mar de trafico se abra para dejarte el paso libre.

-no, deje de creer en la magia hace muchos años.

-bueno, eso no creo que sea posible, ni en ti, ni en nadie, creo que jamás se deja de creer en la magia, pero bueno, eso lo arreglaremos después, ahora, fíjate bien, mira su prisa, ya sabes cómo se deben sentir, dices que eres así, pero hoy, hoy eres diferente y tienes el lujo de no tener prisa, de poder caminar lento, de poderte frenar para ver como avanza apresurado el mundo lleno de preocupaciones y de angustias, con los ojitos desvelados y en el estomago y en el alma un hueco por falta de desayuno ligero y sueños bastos, y así van todos, míralos, como sabes que sienten, hasta te aseguro que puedes escuchar su somnolencia, su enfado por los retrasos, su hambre de alimento y sueños, ¿lo sientes? Y eso haces todos los días ¿no?

-pues sí, tristemente si se como se sienten.

-pues bueno, hoy te regalo esta lentitud, este poder caminar a destiempo sin preocupaciones, y por el contrario, quiero que te sientas feliz, por hoy poder caminar sin prisa ni angustia, y pensar, quizás, que eres un foco de envidia, porque serás en medio de toda esta apresurada multitud, quien se pueda dar el lujo de no tener prisa, de no tener hambre, de no tener sueño, pero seguir soñando.

-pero si tengo hambre, me hiciste salir muy temprano de casa y no desayune, pensé que iríamos a desayunar.

-si, si, sabía que no desayunarías pero mira, te traje un yogurt y un pastelillo, a donde vamos está lejos, y desayunaremos allá, pero para que no pases tanta hambre, come mientras esto.

-¿A dónde iremos? Ayer no me dijiste.

-lejos, ya verás cuando lleguemos, es como un oasis, pero ya lo veras cuando lleguemos.

-oye, ¿y hasta que hora te quedaras conmigo?

-hasta que te aburras de mi, ya lo sabes, tienes la libertad de terminar la cita cuando te aburras.

-odio que siempre me digas eso, pero ash, ¿tienes algo que hacer por la tarde?

-acompañarte si es que aun no te has aburrido a esa hora.

-ash, ash, me choca que me digas eso, tonto. Oye ¿podemos irnos ya? Es que me siento rara, como que la gente nos voltea a ver mucho.

-pues si puedes caminar y comer al mismo tiempo, nos comenzamos a mover, aunque bueno, nos iremos despacio, porque la verdad no sé bien como llegar a donde vamos, y tendremos que ir preguntando y quizás hasta nos perdamos un poco, pero bueno, tenemos mucho tiempo, aun es temprano, y pues la gente te mira a ti, en primer lugar porque eres muy bonita y yo muy feo, y seguramente se preguntaran qué diablos hace una chica como tú al lado de un tipo como yo, y en segunda, te lo explique ahora, les da envidia verte a ti tan calmada y sin prisa, les estas despertando envidia, y por eso te miran así.

-ash!!! Tonto, tonto, vámonos ya, antes de que te de un golpe.

Lucía y Gábriel, durante el tiempo que pasaban compartiendo no solo las noches, sino también los días, olvidaban esa sensación de vacío que les cubría, podía girar el mundo apresuradamente, o lentamente, y ellos desde algún lugar, apartados de todo y de todos, contemplaban el nacimiento de estrellas, océanos trepando a los techos de habitaciones separadas que se unían por la espuma que nace entre suspiros, podían ser testigos de muchas cosas, desde ciudades que ardían donde había quien se rebelara por tener la necesidad de rebelarse, hasta tardes infinitas donde podían ver los dedos del viento dibujando imágenes sobre los adoquines de un parque con las hojas que caían de los arboles, como si mojara sus dedos en pintura ocre, sacudía las copas de los arboles, pasaba sus pálidos dedos sobre los adoquines, una sacudida mas para tener suficiente pintura en aquel rincón de la imagen, un suave y lento roce y magistralmente terminaba su dibujo sobre el adoquín, se elevaba presuroso hasta lo más alto, y feliz contemplaba desde arriba su creación, mientras en una banca Lucía y Gábriel encontraban cada figurita que había en aquel cuadro de tonos ocres.

Así pasaban los días y las noches escapando de ese vacío personal, que tenia cada quien por su cuenta, se rescataban para poder soñar, para poder volver a creer, aunque terminado el tiempo juntos, cada quien volvía a sentir ese vacío reincidiendo una y otra vez en sus cotidianidades, siguiendo el ritmo que la rutina les marcaba, con su tic tac, con sus horarios, con sus reglas, con su lógica, con lo correcto que todos hacen, sintiendo culpa por lo incorrecto que todos hacen, así, a distancia, seguían siendo soledades, monótonas soledades, cotidianas soledades, comunes soledades, el hambre se siente en todos, y ellos eran separados, como todos.

Sin embargo juntos, se sentían diferentes las cosas, y se sentían diferentes ellos, con todo y algunas ataduras que cada quien tenía, como por ejemplo ese no creer en la magia que la racionalidad de Lucía tenia, pero pasaba algunas veces que dejaba de ser así, había algunos momentos en que su lógica se venía abajo, y Gábriel lo veía, lo sentía, cuando la mirada de ella se fijaba en las cosas que él le señalaba para mostrarle una ventana abierta, como esas auditivas que ella solía buscar por teléfono antes, entonces ella sonreía al descubrir lo que Gábriel le señalaba, y él veía entonces en la comisura del lado derecho de su sonrisa, que un brillito de fe en las cosas mágicas destellaba, iluminando el rostro de Lucía y a Gábriel le parecía más hermosa.

Aquella mañana mientras Gábriel le enseñaba la prisa de la gente y le regalaba ese andar a destiempo, ese brillito apareció en medio de aquella plaza, y él sonreía, sabía muy bien que aquel brillo solo duraba poco tiempo y que después tendría que volver a buscar algún detalle mágico para darle de nuevo vida a aquel brillo que se escondía en la comisura del lado derecho en la sonrisa de Lucía, pero no le importaba cuantas veces tuviera que buscar la manera de despertar ese brillo, veía aquella desafortunada manera de perecer de ese brillo, como una nueva oportunidad que le daba la vida para hacerla sonreír, así que no le pesaba que ella siguiera escondiendo ese brillo con su racionalidad y su irracionalidad él seguía encontrando maneras de hacerla sonreír y brillar.

Caminaron unas calles hasta llegar a un paradero de camiones, ahí el dueño de un puesto de periódicos les dio las indicaciones para llegar a donde iban, parecía no ser tan complicado el camino, así que no existía tanta posibilidad de perderse; durante todo el camino Lucía tomaba la mano de Gábriel, como hacia siempre desde la primera mañana que se vieron, él estaba ya tan acostumbrado a caminar con las manos dentro de sus bolsillos, que cada vez que ella le tomaba la mano temblaba, aquello le ponía muy nervioso, porque desde el primer momento que sintió su manita apretando sus manos, él sintió ese aire de vida perforándole los pulmones, llenándolo de nuevo, de latidos, de vida, y eso le daba miedo a él, a ella quizás también, pero quien hacía notar mas su nerviosismo era él, por los temblores que le daban en las manos, y porque eso hacía que le sudaran las palmas, por lo que tenía que estarle pidiendo disculpas a Lucía, pero a ella parecía no importarle que le sudaran las palmas, al contrario, cada que él la soltaba para que el aire refrescara y secara un poco sus manos, ella inmediatamente se volvía a sujetar de ellas, y entonces a Gábriel no solo le temblaban las manos, temblaba todo él, por la intensidad de los latidos que ella le despertaba.

Llegaron a su destino a las nueve con doce minutos, no se habían perdido tanto, así que llegaron temprano, el lugar al que iban a entrar aun estaba cerrado, así que pudieron ir a desayunar a uno de los locales que rodeaba aquellos muros altos manchados por la humedad de aquella zona, el frío en aquel lugar se sentía con más fuerza que en la ciudad, así que Gábriel le prestó su abrigo a Lucía que no dejaba de tiritar y que por el frio tenía unas chapitas carmín en su carita, él cada vez que volteaba a verla sonreía, porque le parecía más hermosa con esas chapitas frías.

-vamos por un café de olla, el piloncillo te ayudara un poco a quitarte el frio, aunque la verdad te queda bien estar vestida con frio, te ves más bonita.

Lucía sonrió y sus chapitas brillaron mas, se colgó del brazo de Gábriel y le dijo

-si, por favor, vamos por un café que me estoy congelando.

Ese extraño acercamiento que tenían por momentos le hacía sentir a Gábriel algo que hacia muchas vidas no sentía, pero el miedo que tenia de que aquello que parecía ser, no fuera, le hacía buscar desesperadamente controlar sus latidos, no quería hacerle daño a Lucía, no quería decepcionarla o decir algo que pudiera incomodarla y que le alejara, o le decepcionara, así que cada vez que esos acercamientos extraños llegaban, él levantaba un muro de distancia y silencio, pero por alguna razón, Lucía se los brincaba.

Compraron el café y faltando tiempo para que abrieran las enormes y pesadas puertas de madera del lugar que él quería enseñarle a ella, fueron a caminar al bosque que había rodeando aquella fortaleza, desde que Lucía le pidió ir por el café, permanecía repegada a él, sujetándose de su brazo con las dos manos, incluso, mientras esperaban a que les dieran sus vasos de café, ella recargo su cabeza sobre el brazo de Gábriel, él, por como siempre, en un acto de inconsciencia se acercaba a su cabeza para oler su cabello, le encantaba oler su cabello, y cada que tenia oportunidad por alguno de esos acercamientos que tenia Lucía, el se llenaba los pulmones de ese aroma que tenía el cabello de Lucía, y toda ella.

Había tantas cosas que Gábriel disfrutaba de Lucía, cositas pequeñas pero tan especiales como ese aroma que tenia ella, los ruiditos que hacia al dormir y que el escuchaba atentamente por teléfono, imaginando las muecas que debía estar haciendo, su manera de sonreírle siempre a la gente, incluso a desconocidos, pero siempre tan amable al tratarles, que inevitablemente, la gente rompía sus muros de sobriedad para regresarle esa sonrisa junto con los buenos días, o buenas tardes, o buenas noches, incluso, hasta un hola, acompañado de una familiaridad al decirlo que hasta uno podía suponer que esas personas eran parte de sus cotidianidades, esos conocidos desconocidos, Lucía era tan especial que era inevitable que Gábriel no sonriera algunas tardes, cuando lejos de ella el recuerdo de esos detallitos que tenia Lucía le llegaban cuando el frio de esas horas le pedía permiso para entrar a acompañarlo.

Esas sonrisas en medio de aquellos océanos de recuerdos le encendían alarmas en su cabeza, sabía lo que pasaba dentro, sabia porque sonreía, sabía que nacía y moría dentro de él, pero suponiendo siempre que tendría el control de las cosas y confiando en que el miedo que le frenaba se mantuviera ahí, se dejaba llevar y naufragar en aquellos recuerdos mientras la ausencia de Lucía lo acompañaba, esperando un día mas, un instante mas, al lado de ella, aquella mañana al sentirla repegada a él y aferrándose a su brazo, esas alertas se encendieron, pero como en aquellas tardes a solas, confió en su miedo, y se dejo llevar despreocupado, disfrutando de esa sensación que le perforaba los pulmones y le llenaba de vida, al lado de Lucía.

1 comentario:

  1. Me encanta el ambiente de amor que se da con Lucía, es así como que muy tierno, como los primeros pasos de un bebé, como algo nuevo que va descubriéndose poco a poco, y a pesar de todos los miedos, Gábriel se deja tomar la mano, aunque le suden jiji y las pequeñas cositas hacen que crezcan GRANDES sentimientos, por algo Lucía tornó el miedo y el frio de las manos en algo más :3 aww, bueno ya... me voy al otro, *se emociona al leer*

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