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junio 27, 2013

Mensaje dentro de una botella que escapaba siempre porque había aprendido a naufragar


Era encontrar en ella la complicidad suficiente para ser él, solo él, y ella encontraba en él lo mismo, esa libertad los unía, ser con todo su pasado, ser con todo su presente, y saber que pese al futuro, juntos o alejados, ellos habían conseguido tener esos momentos de complicidad, ese presente en que podían derrumbarse por las cosas que les sucedían en el mundo de afuera, y ponerse de pie entre abrazos y besos, entre madrugadas en que se escapaban de todos y de todo para deshacer la noche y el día, los días, las cosas que pesaban, poder hablar de otros nombres, o de la falta de nombres, pero reconocerse sin una sola letra en los brazos del otro, olvidarse de que giraba el mundo, y aun así, saberse vivos mientras los besos por la madrugada durarán, hay cosas que no saben atarse a la oscuridad de la noche o a la radiante luz del mediodía, a ellos nada los ataba, pero los juntaba esa libertad en la que se entendían, o con la que se entendían y se reconocían, se acompañaban, se sacudían la soledad de la solapa o del vestido, pero sobre todo, la soledad que dejaba la falta de comprensión en sus mundos, no era que no hubiera amor, no ese que ata, ese que asfixia, entre ellos había más, había libertad, había sinceridad, había entendimiento y comprensión, había aceptación, habia latidos, intensos latidos que les iluminaban como estrellas cada que se encontraban, como si el universo se completara para formar una galaxia cada que sus cuerpos colisionaban en un abrazo y eso era mucho más de lo que algunas parejas que dicen amarse tienen.

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