No
creamos en el amor, porque el amor no existe, al menos ese que se juega con
tanto cinismo y que muchos juran es amor.
No
creamos en las palabras de amor porque no existe palabra alguna que pueda
hablar del amor, no creamos lo que las letras anuncian con su voz, no finjamos
que somos letras, no pretendamos que por usar la vestimenta alfabetizada de
hojas de papel nos crean cuando usemos su voz para gritar lo que no existe
dentro.
No
creamos en los falsos poetas que embarran su lengua con frases que no conocen,
dedicadas a las falsas musas que se despiertan por el deseo y el apetito de su
vanidad, de su egolatría.
No
creamos que conocemos el amor, cuando pedimos correspondencia, cuando le
tememos a las distancias, a las ausencias, al frio de un adiós, al calor de una
mirada, a los suspiros que viajan kilómetros y los afectos que cobijan de país
a país, de extremo a extremo de una ciudad, de habitación a habitación.
No
creamos en el amor, porque no existe la palabra, porque no existe cuando aun
estamos tan apegados a la piel, a los huesos, a caminar dejando huellas, a
viajar en autobuses para que no nos pese la distancia, a decir letras por miedo
a la soledad y no por sentirlas dentro.
No
creamos en el amor cuando no podemos aun cerrar los ojos para sentir y abrirlos
para no dejar de soñar, no creamos en el amor, el amor no existe, no es, no
alcanza esa palabra para ser.
No
creamos en el amor que muere, en el que se termina, en el que por falta de
entusiasmo perece entre sabanas ajenas, entre esa necesidad de navegar por las
constelaciones de nuevos lunares, de nuevas miradas.
No
creamos en el amor cuando no entendemos que algunas veces hay que soltar para
ver volar, recordar para volver a sonreír.
No
creamos en el amor a medias, a cuartos, a decimas partes, a entregas a cuenta
gotas sin conocer la entrega total en una mirada, sin dejar a un lado el miedo
de perder, de salir heridos y dosificar las caricias y los besos, y las frases,
las frases dichas de a poco, en silabas, en deletreos que duran días, años, y
guardar silencios donde escondemos lo que quisiéramos gritar.
No
creamos en el amor, porque el amor no existe, no es amor este juego que en
estos días se practica, se destruye, y hablamos de corazones rotos, y de
heridas añejas, y de tiempos perdidos cuando creímos conocer la esperanza, sin
saber siquiera que es una esperanza.
No
creamos en la “a”, ni en la “m”, tiremos la “o”, y quememos la “r”, saquemos
del diccionario de nuestra memoria esas letras juntas, olvidemos que las
dijimos, olvidemos que quisimos decir algo, que no entendíamos, que no
sentíamos, que simplemente fue un juego que quisimos aprender por resignación,
por soledad, por hastío, por vergüenza de caminar sin alguien, sin tomar una
mano para despertar un suspiro.
Yo no
creo en el amor, nunca he creído en el, yo no sé amar como en estos días se
ama, nunca necesite las palabras que escuchaba con mi nombre, nunca me bastaron
cuatro letras para encapsular lo que sentía, nunca fue lo que viví, aquello que
leí de otros tiempos, de otras vidas, aquello que se escribió y describió en
pasados, en letras de almas que vertieron su corazón en papel, en imágenes, en
notas.
No
creo en el amor, no le busco, no le encuentro, no me canso esperándole y
encontrándole en palabras, en voces que repiten frases que contienen esas
letras, no creo en esas letras.
Creo
en las miradas cuando las he sentido caminando por mis manos, creo en suspiros
que transportan a lugares lejanos, creo en cerrar los parpados para sentir un
corazón, creo en los besos que se dan a kilómetros, que se dan sin medida, sin
contar los segundos que duran, y que con la fuerza de su impacto sacuden con el
viento las copas de los arboles.
Creo
en los latidos que alfabetizan letras que no existen, que aun sin estar en el
diccionario uno las reconoce y siente y vibra, y se vuelven diálogos directos
donde estorban las palabras, donde los silencios no existían y nada muere, y
nada se rompe, y nada decrece, y nada se pesa ni cuantifica, y se entrega todo
sin pedir razones, sin preocuparse por correspondencias, por reconocer como
espejos lo que hay dentro de uno, sin ataduras, sin pretextos ni intercambios,
sin saber porque, ni como, ni las horas que dure, ni las distancias
milimétricas.
Creo
en muchas cosas, pero en el amor no,
no
creo en él,
no
creo lo que escribo, no creo enamorarme, no quiero enamorarme, no es amor lo
que yo creo y siento dentro de mí, no reconozco esas letras dentro, ni afuera.
No que
creo en el amor,
jamás
he creído en él,
en lo
que creo ciegamente
es en
cada latido de mi corazón.
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