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abril 08, 2011

A DESTIEMPO (primera parte)

No te vayas, por favor quédate, quédate esta vez, no tienes que irte, esta vez quédate- ella lo miraba tratando de que estas palabras le convencieran a él de quedarse esta vez, muchas veces se habían encontrado, hacía muchos años, hacia ya muchas vidas, pero buscaban cosas diferentes y pese a haberse acompañado durante muchos momentos, jamás se habían quedado juntos.

Él se sentó en la orilla de la cama, volteo a mirarla y en los ojos de ella encontró un poco de lo que él había estado buscando muchas vidas atrás y que encontraba cada que alguien se atrevía a mirarle, cuando ella se dio cuenta de que él había encontrado algo en sus ojos, se avergonzó, y la piel de sus mejillas se cubrió de carmín y bajo la mirada; él dejo correr su mirada sobre sus mejillas, fue deslizando sus pupilas sobre su piel sonrojada, cubierta de esos pequeños vellitos que le hacían parecer un durazno, siempre se lo dijo, siempre existió esa comparación entre su piel y la piel de un durazno, cosa que a ella siempre le hacia sonreír.

Muchos tiempos pasaron juntos, muchas veces se separaron, cada quien recorría el camino que les acercara a lo que buscaban, pero pese a no ser uno para el otro aquello que necesitaban, la vida les hacia reencontrarse muchas veces, algunas veces ella mas vacía, algunas veces él más firme en encontrar lo que tanto buscaba, tan lejos uno del otro, pero la complicidad que surge cuando la confianza permite desnudarse de pieles y de nombres, y de cualquier cosa que les alejara, les hacia encontrarse y disfrutar la compañía y las miradas y aquellos instantes en que un beso les limpiaba el polvo que traían de sus días ajenos ensuciándoles la ropa.

La primera vez que se encontraron había sido muchas vidas atrás, se encontraron por accidente, por una casualidad que les había presentado una y tantas vidas después; Había terminado la función en el viejo lago un poco después de las diez de la noche, el tranvía de aquellos días dejaba de brindar servicio a las nueve, él sabía esto, sin embargo la oportunidad de ver aquella obra interpretada al aire libre le hacía ir cada año hasta aquel bosque, aunque tuviera que pasar la noche en el café que se encontraba frente al Palacio en el centro de la ciudad y esperar hasta el amanecer para regresar a casa.

Al salir del bosque donde se encontraba el lago, decidió caminar hasta el centro para llegar a la cafetería, bien podía haber tomado un taxi para llegar a ella, pero prefirió caminar para hacer tiempo, todo mundo sabe que las cafeterías que dan servicio las 24 horas tienen dos tipos de clientes, aquellos a quienes les pertenece el día, y que suele ser gente común, familias, hombres de negocios, parejas de novios que usan aquellas mesas para perder el tiempo mientras esperan a que la función de un cine comience, o que abran el servicio de los bares o antros a los que asisten, hombres que les gusta el silencio mientras leen los diarios, mujeres que matan su ansiedad entre cigarro y cigarro mientras esperan una cita, en fin gente común, normal.

De noche es otro tipo de gente quien visita estos lugares, las cafeterías de 24 horas después de media noche se convierten en madrigueras de gente, no muy buena, gente que perdió la noción de las horas y que sueñan insomnes para evitar pasar dormidos la vida entera, amantes cínicos que hacen el amor en los baños, que dejan correr sus dedos bajo la mesa para hurgar bajo sus ropas, despertando suspiros entre sorbo y sorbo de café, locos que desinhibidos relatan sus aventuras a destiempo, sin miedo a socializar, sin miedo a los juicios que les hicieron perder el poco juicio con el que nacieron, condenados a no esperar a nadie y encontrar en cada mesera, en cada parroquiano, en cada alma en pena que habita a esas horas, cómplices para sus aventuras, para sus noches insomnes descontando las horas de su vida entre cafés y cigarros, entre charlas que difícilmente uno distingue entre reales o fantasías, mala gente para el día, pero excelentes compañeros para pasar la noche.

Él llego al centro media hora después de las doce, había pasado a la tienda de víveres que había unas calles atrás para comprar cigarros, una tienda grande que funcionaba hasta la media noche y que tenía como principal clientela a extranjeros que se hospedaban en los hoteles que había en el centro, dentro uno podía encontrar desde un zacate, hasta una baguette, algunas tardes antes de regresar a casa él solía pasar a aquella tienda de víveres a comprar pan, incluso muchas mañanas cuando no tenía que salir de casa, solía ir hasta el centro a comprar pan para el desayuno, esta noche solo quería una cajetilla de cigarros.

Antes de entrar a aquella cafetería decidió sentarse un rato en una de las bancas que había a lo largo de aquella avenida, que iba desde antes del bosque donde estaba el lago, hasta el centro de la ciudad, aquella avenida estaba embellecida por jacarandas y magnolias, bancas metálicas y de cemento, y una mezcla en la arquitectura de los edificios que había a todo lo largo, que iban desde las estructuras más contemporáneas, hasta fachadas antiguas donde entre canteras se escondían gárgolas que celosas guardaban secretos de otras vidas.

Él conocía aquella avenida muy bien, y a lo largo de todas sus vidas, había visto como cambiaba aquel paisaje, sin embargo lo que más disfrutaba eran los colores de las jacarandas y magnolias, sobre todo en las noches cuando las magnolias solían brillar como estrellas y los racimos de las jacarandas parecían nebulosas expandiéndose entre la obscuridad del cielo y los faroles que alumbraban aquella avenida; no siempre recorría toda la avenida, pues era tan solo el tramo de la alameda el que casi a diario recorría hacia el trabajo y muchas veces, sabiendo que nadie le esperaba en casa, solía quedarse sin prisa en alguna de las bancas a romper el ritmo que la gente marcaba con su andar apresurado de regreso a cualquier lugar, tan ajeno a aquel ritmo, que parecía estar fuera de lugar, y quizás lo estaba.

Aquella parecía una noche común, una de tantas noches en que prefería no llegar a casa para hacerle compañía a la soledad y en su lugar prefería jugar el papel de cómplice de alguna de esas malas personas que habitaban las cafeterías donde se brindaba servicio de 24 horas y que cada vez eran menos en la ciudad, así que habiendo recorrido ya tantas veces ese camino, estaba preparado para lo incierto de ese tipo de noches, de ese tipo de compañías y tenía la certeza de que aquella noche, como suele pasar todas las noches, encontraría en las historias de otros, aquel fantasma que tanto buscaba a cada vida, a cada latido, pues algo que había descubierto a lo largo de sus insomnios en aquellas cafeterías, era que todos en aquellos lugares conocían como nadie conocía de los que habitaban en el día, eso que él buscaba durante tantas vidas.

Por alguna extraña razón se había dado cuenta que la mala gente que tenia por habito noctambular, pasaba mejor noche que la que solía dormir para poder soñar a esas horas, y que en su mayoría conocían muy bien el amor, y le buscaban, aunque fuera en su misma ausencia, como él solía hacerle; las prostitutas, los adictos, aquellos locos, aquellos insomnes, esos parias que recorrían las calles después de media noche, todos ellos sin lugar a duda, conocían el amor, lo habían perdido, lo habían encontrado, lo buscaban a escondidas, lo ansiaban, desesperaban entre caricias vacías, entre bocanadas para disimular suspiros, entre recuerdos, muchos recuerdos, de otras vidas, de otros días y noches en que la compañía bajo las sabanas, latía su nombre, todos ellos, mejor que muchas personas que viven de día, conocían el amor, y eran sin duda, buenas compañías esas malas personas, para alguien que como era él, vivía solo para conocerle, para encontrarle, para mirarle, para morir a diario sabiendo que dentro de él solo se latían cuatro letras.

Aquellas cafeterías tenían un innegable encanto para él, o quizás era hacia el tipo de personas que jugaban con sus tasas a quienes encontraba con cierto encanto, pues a cada ciudad a la que iba, solía buscar gente así, insomnes, malas gentes que pasaban buenas noches hablando y viviendo lo mismo que él buscaba vivir y de lo mismo que él hablaba, algunas veces cuando se sentía invadido por el tedio y la cotidianidad, pasaba la noche en alguna cafetería así, o cuando se le debilitaba el corazón, tomaba camino hacia una cafetería y se llenaba de las historias que encontraba, o simplemente cuando quería divertirse un poco y cambiarse de nombre y de vida, y reinventarse frente a un extraño con esa mágica posibilidad de ser otro, de ser nadie aunque aquella noche seria simplemente por necesidad, pues había preferido no llegar a casa, con tal de disfrutar aquella obra que solamente un par de noches al año se montaba en el lago y para él se había vuelto ya una costumbre asistir una de esas noches, algunas veces iba solo como esa noche y sabia que no llegaría a casa, otras noches iba acompañado y tampoco llegaba a casa, porque noches que comienzan tan bien, deben de alargarse aunque ya haya salido el sol.

Sentado en una de las bancas que estaban cerca de aquella cafetería en el centro, la vio por primera vez, ella era de ese tipo de mujeres que llaman la atención de diferentes maneras, ya sea por su belleza, por su forma de vestir, o por tener ese éter envolviéndoles que simplemente no se puede describir, para él simplemente era una de esas mujeres que no le despertaban ningún interés en conocer, en primera porque era rubia, y por alguna inexplicable y prejuiciosa razón, las rubias a él no le provocaban ganas de nada, en segunda porque era una mujer bastante bonita, y él no era del tipo de hombre que una mujer así voltea a mirar, además de que parte de su personalidad era su timidez ante las mujeres, ese intimidarse frente a cualquier mujer, y más hacia aquellas que tenían ese extraño éter envolviéndoles.

Fue la escandalosa risa de ella, la que lo hizo voltear a la entrada de aquella cafetería, subiendo las escaleras hacia la puerta y del brazo de un hombre, la vio tambaleando y jaloneando el abrigo de su pareja para no caerse, podía notarse a simple vista que los dos andaban bastante pasados de copas, que para ser la hora que era, hacía suponer que la fiesta había comenzado temprano; antes de que volviera a clavar la mirada en las magnolias que estaban cruzando la avenida, ella clavo sus ojos en él, y sonrió, a él le pareció que había sido efecto del alcohol, o de la obscuridad bajo la que él estaba cobijado, así que no quiso darle importancia a esa sonrisa que le habían regalado, pero aquella noche, por mas indiferente que él quisiera actuar, y por mas ebria que ella estuviera, el destino les había incluido ya, en un juego de complicidades, que a lo largo de muchos años, de muchas vidas, les haría encontrarse y perderse varias veces.

4 comentarios:

  1. Hola Ruy!!!

    Lo he leído de un tirón y me ha quedado corto; me gustó mucho la manera en que describes a las personas que transitan de noche, a esos que no duermen.

    Te dejo saludos enormes, buen fin de semana.

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  2. GRACIAS CECY!!! :)

    Siempre me pareció que la gente insomne, tiene mucho mas que contar, porque viven mas horas sus sueños, que aquellos que duermen de noche para soñar.

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  3. SEÑOR, ESPERO SE ENCUENTRE BIEN. ME GUSTA NUCHO LEERLE... CUIDESE.

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  4. Esa expresión tan tuya de 'muchas vidas atrás' me encanta, quizá te la robe de vez en cuando, !qué forma de describir todo! enserio... :D

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