LO QUE SOY

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abril 09, 2011

A DESTIEMPO (segunda parte)

Termino su cigarro mientras en su cabeza aun seguía aquella mezcla de luces, sonidos y movimiento que la obra le había dejado, el éxtasis de aquel espectáculo siempre le duraba varios días, y esa noche el frenesí que tenia removiéndole la sangre estaba a tope, así que pasara lo que pasara esa noche, nada le conseguiría quitar esa sensación del alma, le tenía tan invadido que mientras esperaba sentado en la banca podía ver las magnolias bailando, abriéndose y cerrándose al ritmo de las notas que brotaban aun en sus oídos, los ramos de jacarandas se expandían y se contraían trazando figuras mágicas que como constelaciones, iban formándose de varias flores, los lirios sacudiendo sus largas hojas como hilitos de luz, estirando sus delgados tallos para abrir sus pequeñas flores como chispitas blancas salpicadas de gotitas moradas de las jacarandas, todo brillando al ritmo de esas notas que crecían dentro de él y que la obra había sembrado dentro, todo era belleza, todo era mágico, todo era sublime.

Hasta que fue interrumpido por una rubia, que tambaleándose, reía escandalosamente, mientras su acompañante trataba de meterle mano bajo la diminuta minifalda y aquel pronunciado escote, y que pese al largo abrigo que ella usaba, era inevitable que la piel de sus muslos y su pecho fuera repasada por la mirada de su acompañante y sus oscas manos, aunque por la risa de ella, aquello no parecía incomodarle a ella, pese a verse bastante vulgar, tanto la rubia como su acompañante tenían rasgos finos, y su ropa no se veía corriente, el abrigo largo y de lana bastante peinada, sus botas largas y de tacón delgado, el traje de corte ingles de su acompañante, su corbata italiana, su camisa almidonada y pese a traerla desfajada, el porte elegante que el sujeto tenia le hacía verse bien, tanto ella como aquel tipo parecían estar pasados de copas, lo extraño era que una cafetería de 24 horas era el lugar menos indicado para gente así, que quiere seguir la fiesta, sin embargo entraron a aquella cafetería.

Él se sintió molesto por lo inoportuna que había resultado la risa de la rubia, y le miro más que por ser víctima de su belleza, por coraje, pero ella en cambio encontrar sus ojos mirándola con enfado, le regalo una sonrisa, pero a él pareció no significarle nada aquel detalle, y antes de que la rubia entrara a la cafetería con su acompañante, él le quito la vista de encima para seguir mirando las magnolias y jacarandas.

Ya no pudo volver a concentrarse en aquel baile de colores que le tenía perdido en el tiempo entre las doce con treinta minutos y la una, pensó en encender otro cigarro, pero sabía que el café ayudaría mas, a recuperar el éxtasis, así que decidió entrar a la cafetería, quince minutos después de la una, aun faltaban casi cinco horas para que pudiera regresar a casa, y seguramente dentro de aquella cafetería encontraría personajes que le ayudarían a combatir el tic tac de las manecillas del reloj, volviéndose cómplice de alguno de ellos, así que prefirió guardar la cajetilla en el bolsillo de su abrigo y entro a aquella madriguera de criaturas que conocían muy bien los encantos de la noche.

Al entrar a la cafetería, el escenario parecía lo habitual a esas horas de la noche, muchas veces ya había estado ahí, conocía el centro de la ciudad, mas de día que de noche, de noche solo conocía aquellos lugares donde habitaban criaturas como él, amantes del insomnio, amantes de la magia que brinda la Luna, amantes del amor, en cualquiera de sus formas, quizás no conocía la vida nocturna de aquella ciudad que solía ser noticia en algunos diarios, esos lugares donde se va simplemente a matar la noche entre bailes y copas, él prefería encontrar la vida de la noche, la vida que transformaba a las personas, y que les hacia vulnerables a esa búsqueda de amor que de día pocas veces se acepta, pero en aquellos lugares nocturnos que él conocía, siempre encontraba gente que sin disfraces buscaba eso especial de la noche, en las mesas de aquellos bares de hoteles, de esos hoteles donde por una noche muere uno y renace bajo la mirada ajena de muros desconocidos, de muebles que no guardan nada en los cajones, de closets sin ganchos, de sabanas que nunca se distienden, y esas cafeterías que así como aquellos bares y hoteles, servían de refugio a historias de amor y de desamor, aunque él no creía en el desamor, creía en amores que no tienen buen final, y que como fantasmas uno estaba condenado a vivir una y otra vez por falta de olvido.

En aquella cafetería a esas horas, ya no había personal que se acercara para guiarte a tu mesa, simplemente pasabas y te sentabas donde quisieras, él siempre prefería el gabinete que estaba al fondo de aquella cafetería, al lado de un ventanal que le permitía ver la calle, desde ese rincón podía ver cada una de las historias que se iban desarrollando dentro de aquella cafetería, del lado izquierdo la vista de la calle y la explanada del palacio, del lado derecho la barra y la cocina, donde los empleados de la cafetería pese al uniforme blanco, eran más que meseros y cocineros, así que desde aquel rincón podía contemplar toda la cafetería a esas horas, de día el segundo piso estaba abierto y algo que le resultaba incomodo siempre, era tener que cruzar toda la cafetería para subir a los sanitarios, algún punto débil tenia aquel rincón.

Al dirigirse al gabinete que le serviría de trinchera esa noche, reconoció al acompañante de la rubia, estaba sentado un par de mesas delante del gabinete que lo esperaba al final de aquella cafetería, supuso que la rubia había subido al sanitario, frente al acompañante de la rubia estaba un tarro de cerveza y a su lado un plato a medio terminar de enchiladas junto con una jarra de sangría y un vaso largo manchado de lápiz labial, igual que la servilleta de tela que estaba al lado del plato, el acompañante de la rubia encendía un camel, mientras miraba su celular tecleando algún mensaje, ni siquiera cruzaron miradas, él siguió avanzando hasta su gabinete, antes de sentarse, se quito el abrigo y saco la cajetilla de cigarros, dando un vistazo a la poca gente que había en aquel lugar, aun era temprano, y sabia que para las tres ya estaría aquella cafetería mas habitada, se sentó y espero a que la mesera se acercara a tomar su orden.

Faltaban quince minutos para las dos de la madrugada, y había terminado ya su primera taza de café, un par de hombres estaban sentados en la barra con unas libretas sobre ella y un par de libros, ambos pasaban de los cincuenta años, con canas y bastante formales en su vestimenta, para muchos de esos insomnes, aquel habito de salir a buscar latidos cada noche, era un ritual digno de elegancia, así que no era raro encontrar hombres arreglados, aunque solos, o mujeres arregladas como si fueran a un evento social, esperando que la noche les sedujera, aunque también había quien portaba la elegancia por dentro, y en jeans y playera seducían a la noche, y mujeres que sin gota de maquillaje, ni peinados esforzados, iluminaban con su belleza aquellos lugares, así que aquella pareja de hombres sentados en la barra, estaban vestidos de acuerdo a lo que esa libertad de noctambular te da.

En la segunda mesa de la entrada estaban sentados un hombre y una mujer, sentados uno frente al otro, y teniendo ínfimo contacto, la mujer sujetaba y soltaba su cabello con una pequeña liga, usaba una chamarra de piel bastante desgastada, color vino, un pantalón de gabardina que bien podría parecer de hombre, una playera delgada y con el cuello bastante guango, que dejaba ver los huesos de su clavícula, ojos obscuros y enmarcados por ojeras, rasgo típico de los insomnes, sus labios delgados y un tanto pálidos, el tipo usaba una camisa azul marino, pantalón de vestir gris y su cabello era bastante corto, la mujer hablaba más que su acompañante, y al hacerlo movía las manos demasiado, daba la impresión de que sus largos dedos tenían vida propia, y buscaban escapar de sus palmas, la manera en que gesticulaba cada palabra dejaban ver que la pasión que tenia dentro se le escapaba de manera impactante, y eso, la hacía verse llena de vida, y hermosa.

Todo lo contrario sucedía tres mesas atrás de ellos, donde la rubia desde que había bajado del sanitario, dejaba escuchar continuamente su escandalosa risa, llamando la atención de todos, más que por su belleza, por su vulgar manera de comportarse, su teléfono sonó cuatro veces, pero tan solo una de esas veces contesto la llamada, las cuatro veces, su acompañante pareció molestarse ante el sonido del teléfono, pero definitivamente enfureció cuando respondió la llamada, pero los berrinches de aquel tipo parecían no importarle a la rubia, quien sin voltear a ver a su acompañante, vacilaba con quien le hablaba por el teléfono, al colgar simplemente hizo lo que hacía ante los otros pucheros de su acompañante, metía la mano debajo de la mesa y se acercaba al cuello de aquel tipo susurrándole algo que finalizaba con un beso arriba del cuello de su camisa, esos eran los únicos momentos en que la voz de la rubia adquiría un tono tolerable, de ahí en fuera, su voz inundaba aquella cafetería.

A las dos con veinte minutos, entraron tres personas más a la cafetería, y que inmediatamente gritaron un saludo hacia la mesa donde la rubia estaba con su acompañante, dos mujeres vestidas casi de la misma manera que la rubia, mini faldas y escotes, una portando un chaleco que solo estaba abrochado de tres botones debajo del busto y la otra con un maquino de piel en los brazos, un tipo vestido igual de elegante que el acompañante de la rubia venia con ellos, y al igual que las otras dos mujeres, saludo afectuosamente con un abrazo a la rubia, quien sin importarle ningún pudor ni la cara de enfado de su acompañante, puso sus manos sobre las nalgas de aquel tipo, apretándolas mientras le susurraba algo al oído, inmediatamente sus compañeras rieron, quizás para tratar de borrar la cara de enfado del acompañante de la rubia dejando en claro que era una broma, una de mal gusto, pero una broma.

Me servían la tercera taza de café, cuando entraron dos parejas más a aquella cafetería, el sonido de las bajillas iba creciendo, a pesar de eso, en la cocina aun se escuchaban las charlas de los empleados, que hablaban de las cosas que de día pasaban, exámenes, discusiones familiares y de parejas, grupos musicales y películas, y de vez en cuando una crítica al trato de su jefe de turno, pero parecía que la molestia era mínima, o que era más el entusiasmo de hablar de cosas más importantes, la mesa de la rubia era la más asistida por las meseras, entre platos de comida y jarras de sangría, tarros de cerveza y ceniceros llenos cambiados por ceniceros limpios y la risa estruendosa de la rubia, ahora acompañada por las risas de sus dos compañeras.

Yo trataba de perderme en las historias que contaban los dos hombres que estaban sentados en la barra, hablaban de la ciudad en otros tiempos, de edificios que desaparecieron, de calles que cambiaron su nombre, de personajes que no aparecen en los libros de historia, pero que al parecer por la manera en que hablaban aquellos dos hombres, bien podían incluirse como personajes de alguna novela o cuento fantástico, disfrutaba de lo que escuchaba e imaginaba como se veía la ciudad en los días que ellos mencionaban, los lugares a los que podría haber llegado, las cosas que hubiera hecho, algunas veces pensaba en acercarme a ellos para que me contaran mas de ciertos lugares que llamaban mi atención, o para pedirles que repitieran el nombre de alguna de las personas que mencionaban para apuntarlo en algún papel y no olvidarlo, pero aunque separados, siempre nos interrumpía de aquellos viajes al pasado la risa escandalosa de la rubia.

Los tres desde nuestra trinchera volteábamos a verla, y cada vez que lo hacíamos, para mi sorpresa, tenía la mirada de la rubia puesta en mi, quizás porque era el que más molestia de los tres soltaba con la mirada, el caso es que intentando no torcer la boca volteaba hacia el ventanal a mirar la calle, esperando que los hombres de la barra regresaran a aquellos días que no viví.

Faltaban cinco minutos para las tres de la madrugada, la pareja que estaba en la entrada, pidió la cuenta, y mientras esperaban que la mesera se acercara, la chica con la chamarra color vino, jalo sobre sus piernas una mochila de piel igual de desgastada que su chamarra y saco un libro largo y de pasta verde, en la portada inmediatamente alcance a distinguir el autorretrato de Vincent Van Gogh, deslizo el libro sobre la mesa y su acompañante lo tomo, lo hojeo lentamente mientras la chica sujetándose el cabello una vez más con su liga, hablaba con ese estilo tan particular que indudablemente le hacía verse hermosa y llena de pasión, la mesera se acerco y aquel hombre guardo el libro en su portafolio, de piel al igual que el de la mujer, pero más cuidado, dejo un par de billetes sobre la charola de plástico negro, y se pusieron de pie, dejando aquella cafetería, no vi hacia donde se fueron, no vi si él se fue con ella o si ella tomo un taxi, sé que no traían auto porque el estacionamiento de la cafetería estaba frente al ventanal que tenia del lado izquierdo, así que seguramente tomaron taxi, pero no supe si se fueron juntos, o no.

Me quede pensando en aquella chica de ojos obscuros enmarcados por ojeras, después de ver un poco del contenido de su mochila, me hubiera gustado hablarle, dejarme contagiar el resto de la noche por esa pasión que salpicaba con sus ademanes y muecas, pero nunca fui del tipo de hombres que se acercan a una desconocida para conocerle, además de que la única intención que tenia para acercarme a ella, era conocerle mejor, no con aires de don Juan, más bien porque ese tipo de personas que tienen tanta pasión dentro, siempre me han llamado la atención, esa manera de hablar, de mover las manos, esa vena en su cuello, que se tensaba cuando hacia énfasis en algo y que sin necesidad de levantar la voz, podías entender que era algo enorme de lo que hablaba, mientras la miraba pensaba que era de ese tipo de mujeres que al abrir la boca con una sola letra hacen florecer latidos y al ser mirado por sus ojos, uno podía cubrirse de brotes de pasionarias o plumbagos, porque seguramente detrás de sus ojos, hay tanta belleza que la salpican a donde miran.

Pero bien era cierto que yo no tenía nada que pudiera llamar la atención de una mujer así, si bien había tenido contacto con tan exquisitos seres había sido mas por cuestiones de trabajo que me habían acercado incidentalmente a ellas, cosa que agradecía siempre, pues el que una mujer así te hable, te mire, te roce, siempre me ha parecido un regalo, pero carezco de valor para ser yo quien dé el primer paso para romper distancias, así que esa noche simplemente me quede con ganas de conocerla, de acercarme y de recibir dos o tres letras de su voz, para mancharme también con esa pasión que había salpicado sobre la mesa.

Me puse de pie para subir al sanitario, porque antes de que el frio del insomnio aparezca, siempre un poco de calor se siente, y a esa hora necesitaba limpiarme del rostro el aroma de la comida que tan cerca de la cocina ya me tenia lleno de cochambre como las parrillas de aquella cafetería, así que me dirigí al sanitario, que para mi incomodidad me forzaba a recorrer aquel pasillo de mesas hasta la entrada y subir la escaleras, aunque de madrugada es menos incomodo porque la parte de arriba está cerrada, así que subí a lavarme la cara.

El baño de mujeres estaba cerrado, hacían la limpieza y solo el baño de hombres estaba funcionando, lo que duraría poco tiempo pues, era rápida la limpieza a esa hora, y seguramente el siguiente baño fuera de servicio sería el de hombres, así que había corrido con suerte y a tiempo había decidido subir; ya la camisa a esa hora estaba bastante arrugada, me incline sobre el lavabo para mojarme el rostro un par de veces, cuando la puerta se abrió, supuse que sería algún hombre, pero el sonido de unos tacones me hizo erguirme para mirar por el espejo, apenas distinguí un manchón rubio entrando a una de las puertas que separan los escusados, y una voz femenina diciendo – ¡perdón, perdón, perdón!

-ya no aguantaba y el pinche baño de mujeres está cerrado, perdón.

No tenía nada que responder ante aquella explicación, y pues, ¿Qué puede decir alguien al sonido de otra persona orinando? Siempre me pareció innecesario entablar una conversación cuando se está en semejante situación, aunque muchas veces en los baños de hombres es común verles hablando de manera tan despreocupada de orinal a orinal, supongo que en los baños de mujeres las conversaciones se hacen frente al espejo, mientras las bolsas escupen los labiales y rímel y cajas de polvo, pero aquello de responderle a la rubia mientras orinaba, la verdad me pareció innecesario, abrí la llave del agua para enjuagarme y me acerque al secador de manos, mi idea era que aquel aparato con su ruido, evitara delatar mi salida de aquel baño, pero antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta la rubia volvió a hablar.

-puta madre lo que me faltaba.

Y se escucho un manotazo, aunque no sé si fueron sus manos chocando una contra otra o sus manos chocando contra sus muslos.

-oye, oye, ¿estas ahí?

Pensé en no responder y salir lo más discretamente posible, pero antes de que pudiera hacerlo, por el espejo vi como la puerta de aquel escusado se abría y la rubia inevitablemente me había visto, trate de voltear hacia el otro lado, para evitar la pena, o no sé que, ¿Qué podría evitar ya?

-que pena, pero tengo un puto problema, se termino el pinche papel, ¿me puedes pasar un poco?

Todo esto lo decía con la puerta abierta, lo sabia no porque la estuviera viendo, sino porque la puerta no se había escuchado cerrar, así que di la vuelta del lado contrario del espejo y fui hasta uno de los escusados, tire cuatro veces del rollo y corte aquella tira de papel, di la vuelta hacia el frente pero al ver por el reflejo del espejo la cara de la rubia mordiéndose los labios con la puerta entreabierta inmediatamente gire al lado contrario, estire la mano con el papel doblado, hasta que sentí las largas uñas de la rubia rozando mis dedos al agarrar aquel bultito de papel doblado.

-que pena, en serio que pena, podía haberme parado para ir por él, pero esta pinche tanga no puedo subírmela así porque se moja toda, y si alguien más entra y me ve con las nalgas al aire me daría más pena, en serio que pinche pena.

Demasiadas explicaciones innecesarias, pensé, y me descubrí en un momento en que no supe que hacer, ni que decirle, me quede parado al lado de aquel escusado donde la rubia estaba, me parecía que ya no era requerido porque ya no dijo nada mas, y solo se escuchaban pujidos y la liga de su ropa interior, sin saber que hacer ni que decir, preferí acercarme a la puerta y bajar, seria más fácil evitar aquel momento incomodo, clavando la mirada dentro de la taza de café.

Pero antes de salir de aquel baño, se escucho la puerta del escusado abrirse.

-oye gracias y perdona, en serio que pinche pena me da contigo que me hayas escuchado mear y mas pinche pena que me hayas tenido que pasar papel, pero te juro que no lo vuelvo a hacer.

Volteé al espejo y vi a la rubia terminando de bajar su minifalda mientras me miraba y sonreía.

-no te preocupes no es la primera vez que le paso el papel a alguien en el baño.

Fue lo único que se me ocurrió decirle.

-ja, ja, ja, pensé que no hablabas, aunque imagino que lo que nos acaba de pasar da muy poco para hablar ¿no?

Dijo esto con tal familiaridad, como si ese “nos” fuera algo tan cotidiano y normal, y su risa contrario a lo escandalosa que había sido en la mesa, esta vez era más discreta.

-pues sí, creo que no hay mucho que decir en un momento así, creo que a cualquiera le puede pasar algo así.

-hay no en serio que pinche pena contigo, y pobre de ti, si has tenido que conocer a más viejas tan pinche locas como yo, en serio que pena.

Se acerco al lavabo y su mirada no dejaba de estar sobre mi cara, yo por nervios o por pena, o no sé porque, prefería mirar aquel baño.

-¿Cómo te llamas? Digo, al menos, quisiera saber el nombre de quien me paso el papel y me escucho orinar, así cuando cuente lo que paso, la gente lo creerá más fácil.

Cuando dijo eso, pensé que al bajar tendría que pedir la cuenta, porque si se le ocurría contar aquella escena a sus compañeros de mesa, sería una noche bastante incómoda, y sin saber si tardarían mucho en irse o no, prefería evitarme la incomodidad de sus miradas. Estaba tan preocupado en eso que no me di cuenta de que la rubia estaba ya frente a mí.

-hola extraño, me llamo Karla, muchas gracias por rescatarme esta noche de andar oliendo a pipi.

La tenia frente a mi estirando su mano y sonriendo, así de frente y tan cerca me di cuenta de que no era tan alta como me había parecido, le estreche la mano y le dije mi nombre, ella apretó mi mano y acerco su rostro para darme un beso en la mejilla, que instintivamente me hizo echar la cabeza hacia atrás, aun así, su labial quedo sobre mi cara.

-ahora sí, mucho gusto Gábriel, yo soy Karla y en serio muchas gracias por rescatarme esta noche de una vergüenza mayor.

Dijo sonriendo mientras me miraba a los ojos y su mano sin secarse, mojaba la mía.



3 comentarios:

  1. ES UN ENORME GUSTO LEERLE DE NUEVO MR. ME GUSTO MUCHO SU ESCRITO... DESEO ESTE BIEN. HASTA PRONTO.

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  2. Gracias Dario por pasar de este lado, y no crea que se me ha olvidado lo que le dije, solo que aun no termino de aterrizarlo por completo,pero ya volveré para darle lata.

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  3. Esas noches de insomnia, solo he pasado unas así frente a mi computador, pero es divertido leerlas y muy interesante. :D

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