La calle durante la madrugada seguía conservando su magia,
su encanto, el pasillo largo flanqueado por las fachadas de casitas de ladrillo,
los marcos de madera en las ventanas tras las que se escondían cortinas de
colores, macetas recargadas en las cornisas o en maceteros bajo las ventanas, aquel
camino de piedras de colores que aun con la luz de la Luna brillaban
parpadeando sus tonos, azules, amarillos, grises, negros, blancos y algunos
rojos, amaba caminar por aquel pasillo a cualquier hora, por las tardes las
ventanas abiertas dejaban escapar el olor de las cocinas y uno fácilmente podía
distinguir lo que se cocinaba, pollo, res, carnero, algunas veces pescado, pero
durante todo el recorrido por aquel pasillo uno se llenaba de la vida de aquel
lugar; había otros caminos para llegar hasta el puerto, pero me gustaba caminar
por aquel pasillo, la curva donde se comenzaba a asomar el embarcadero siempre
me parecía un amanecer esplendoroso, poco a poco se iba asomando el mar detrás
de las tablas del puerto, poco a poco te llegaba de golpe el rumor del oleaje,
de la espuma, de ese olor metálico que tiene el mar, al terminar de salir de
aquel pasillo el colorido de las piedras cambiaba a la suavidad de una arena
blanquizca y tan blanda que los pies se hundían en ella.
De todas las ventanas que recorría en aquel pasillo la
ultima era a la que mas cariño le tenia, el señor Juan y su esposa, la señora
Claudia, eran las personas con las que mas convivía en aquel pueblito, siempre
tenían algo que darme, un buenos días, buenas noches, una rebanada de pastel,
un plato en su mesa, un abrazo que se sentía familiar y que siempre me hacia
sentir parte de sus vidas, me gustaba pasar tiempo con ellos, escuchando las
historias de cuando llegaron al pueblo, las historias de cómo se conocieron, de
cómo habían escapado de otra vida para poder comenzar de nuevo en un lugar
donde solo existieran ellos, vivir juntos todos estos años, estar juntos tanto
tiempo y seguir mirando ese brillo en sus ojos cuando uno estaba frente al
otro, ellos eran el mejor ejemplo de todas las cosas que desconocía pero que
quería conocer.
El señor Juan tenia un pequeño barco con el que salía a
pescar de vez en cuando, así lo conocí, en una de mis escapadas de madrugada
cuando descubrí aquel pasillo de puertas y ventanas traseras, lo encontré
preparando su barquito para salir a pescar, a él le pareció raro encontrar a
alguien a esas horas, a mi me pareció raro encontrar a alguien a esas horas y
mas, preparándose para zarpar, pero nunca he entendido los horarios de los
pescadores, aceptando su invitación esa misma madrugada lo conocí en una charla
al ritmo de la marea nocturna, y también a ese mismo ritmo, me conoció un poco,
lo bastante para que me extendiera otra invitación para desayunar al regresar,
entonces conocí a Claudia, conocí su historia, conocí su amor, su vida juntos
llena de amor.
El señor Juan y Claudia llenaron mis días de historias, de
magia, de ese sentimiento que tenían juntos y que inevitablemente uno al
conocerlos, se sentía antojado para salir a buscar su propia historia, su
propia Claudia, su propio Juan, y creo que no ser el único en el pueblo que los
miraba así, tenían el peculiar poder de despertar sonrisas a la gente que los
miraba caminar juntos cuando salían a la plaza a comprar su despensa, no
importaba si se trataba de la señora mas dulce extendiéndoles una rebanada de
pan, o si era el carnicero mas tosco entregándoles los filetes de la tarde, sin
importar la rudeza o ternura de las personas que les tenían enfrente, todo
mundo les sonreía, todo mundo les miraba con ese asombro que uno siente cuando
esta frente a un fenómeno maravilloso, inexplicable quizás para algunos, pero
maravilloso, así eran ellos juntos, un agujero ambulante en el universo por
donde se fugaba una luz cálida que hacia sonreír a todos, les quería mucho a
ambos, y quiero pensar que ellos me querían a mi, les quería tanto que por eso
comprendí todo el dolor que el señor Juan sintió al perder a Claudia, lo
comprendí bien y muchos, porque no solo el señor Juan la había perdido, la
habíamos perdido todos, la había ganado el universo en forma de estrella, pero
aquí en el pueblo donde estábamos los que la conocíamos, no podíamos dejar de
sentir una perdida brutal y sin sentido.
Cuando Claudia enfermo me pidió que no saliera de su casa,
me ofreció una habitación para que pudiera quedarme a acompañar al señor Juan y
para poder cuidarlo a él también, se dedico a estar al lado de Claudia y se
despreocupaba de él mismo, si no lo llamara para avisarle que estaba lista la comida estoy seguro que no comería, que no se cambiaría la ropa, ni dormiría,
nos relevábamos para cuidar a Claudia, aunque los momentos que el usaba para
comer, descansar y asearse eran muy breves, no quería despegarse de Claudia, y
lo entendía, después de haber conocido su historia y después de haber visto el
brillo en sus ojos cada que se miraban, entendía lo que sentía, entendía su
miedo, su coraje, entendía su tristeza, su impotencia, entendía su silencio y
que ya no hubiera historias de sobremesa, de madrugada, entendía su mirada
agachada cuando estaba en otra habitación, y entendía su mirada clavada en la
mano de Claudia cuando estaba junto a su cama.
Los primeros días de la enfermedad de Claudia el señor Juan
no dejaba de pedirle que luchara, que no se rindiera, que siguiera a su lado,
que aun les faltaban historias por vivir, Claudia respondía con algún chiste,
buscando cambiarle las lagrimas al señor Juan por una sonrisa, recordaban
entonces algunos viajes que habían realizado y el señor Juan inmediatamente le
pedía a Claudia que se repusiera para regresar a aquellos lugares, a visitar
aquellos campos de naranjas y de girasoles, a recoger uvas y fresas, a caminar
juntos, simplemente a caminar juntos; desgraciadamente la enfermedad de Claudia
avanzo muy rápido, su cuerpo se deterioro a la velocidad de las lagrimas, las
de el señor Juan y las que Claudia soltaba frente a mi, a escondidas del señor
Juan, Claudia me había vuelto el guardián de su miedo, de sus lagrimas, me
encomendaba la tarea de cuidar mucho al señor Juan, de no dejarlo después de
que ella partiera, me pedía que lo acompañara, que me mudara a la habitación extra
que tenían y que no lo dejara solo, que buscara como darle fuerza para aceptar
su partida, que le ayudara a seguir encontrando vida, el señor Juan escondía
sus lagrimas en el plato de comida que le preparaba, o en la ducha, Claudia escondía
sus lagrimas en mis manos, y yo escondía mis lagrimas de los dos mientras iba a
la plaza a comprar la cosas que hacían falta en su casa nunca he sabido como
esconder la tristeza por una vida que se esta apagando, ¿dónde esconderá el universo
su tristeza cada que una estrella muere?
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