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marzo 27, 2009

PEQUEÑO CUENTO PARA LOS QUE AMAN A DISTANCIA

Estabas con ganas de llorar la otra tarde, estabas con ganas de extrañar la otra tarde, estabas con el corazón a millones de kilómetros la otra tarde, la otra tarde casi ya al anochecer. Entonces bajo un nomo desde su montaña, esa montaña lejana que tiene en la cima un bosque de Jacarandas y Magnolias, y que entre sus troncos se enredan Pasionarias, que al parecer son las hijas de estas dos flores.

Bajo el nomo de esa montaña a la que le gusta subir por misantropía, por destierro, por ausencia, porque la piel de ermitaño le queda bien, esa montaña a la que sube cada vez que quiere contemplar el Mar y la Luna y ser testigo de su amor, esa montaña de la que se avienta sin miedo para caer en el centro del reflejo de su Luna.

Bajo el nomo esa tarde casi al anochecer por que escucho que querías llorar en silencio, bajo el nomo esa tarde casi noche por que con el baja siempre la noche. Bajo y te escucho.

Y escucho tu silencio y escucho que las lagrimas resonaban a kilómetros de distancia, y que esa distancia te pesaba porque creías estar cargándola tu sola, así que el nomo te ofreció esa tarde casi noche ayudarte a cargarla, estiro sus largos y huesudos brazos, y antes de tomar el costalito de distancia que traías cargando en la espalda uso sus garritas para secar tus lagrimas, y es que la piel del nomo por ser tan seca absorbe mejor las lagrimas, así que apenas toco tus mejillas y off las lagrimas habían desaparecido.

Sin decirte nada tomo tu costalito de distancias, y no es que él fuera muy fuete, pero las distancias nunca le habían pesado, así que con una mano lo sostuvo mientras te miraba, y tú mirabas la distancia que se veía en el horizonte, y detrás de ese horizonte estaba tu corazón.

El nomo se dio cuenta de eso y entendió muy bien por qué tus bracitos estaban cansados de cargar distancias, entendió porque llorabas en silencio y porque retumbaban tus lágrimas a millones de kilómetros. Se froto su enorme y húmeda nariz con su garra, curiosamente la única humedad que su piel no absorbía era la de él. Te miro con sus ojeroso ojos, tu seguías mirando el horizonte donde veías que estaba tu corazón, entonces el nomo que traía siempre la noche con él, levanto su garra y te señalo la Luna, su Luna.

Volteaste a verla, a la Luna, no a su garra, pero volteaste a ver lo que debías de ver. Allí estaba detrás de unas nubes fue asomando su hermoso rostro, tus ojitos poco a poco fueron brillando mas y una sonrisa casi escapa de tus labios.

La Luna entendía tu silencioso llanto, la Luna mejor que nadie sabía lo que era amar a distancia, la Luna mejor que nadie comprendía lo que el silencio de tu mirada decía.

El nomo se sentó sobre el pasto y acomodo el costal de distancias como almohada, se recostó y se quedo mirando su Luna. Mientras escuchaba tu silencio y el de su Luna, mientras te decía entre nubes la Luna que entendía todo lo que en silencio decía tu llanto.

En silencio te dijo que ella y el Mar eran los amantes que la distancia se empeñaba en alejar, en silencio te dijo que su amor era tan grande e inmenso que ni los millones de kilómetros que los separaban habían menguado ese amor. En silencio te dijo que el amor, es amor aunque sea a distancia. En silencio te dijo que cada noche ella y el Mar se fundían, se amaban, se besaban y que cada noche la distancia trataba de alejarlos y le pedía ayuda al sol que celoso intentaba asomarse para separarlos con la luz del día, pero ellos a pesar de la distancia y del tiempo que marcaba el día, corrían apresurados para encontrarse una noche más del otro lado del mundo, así que por mas intentos que la distancia hiciera nunca lograría separarlos y cada noche, todas las noches, serian uno haciendo la noche interminable porque solo de noche se podían amar. Ella en silencio te abrazo con su luz, tú la abrazaste y tus brazos recuperaron su fuerza, te quedaste colgada de la Luna un rato mas mientras el Mar traía entre las olas la voz de tu corazón, la voz del hombre por qué llorabas en silencio, la voz de su amor y del tuyo. El Mar lo había traído para ti, para que supieras que la distancia cuando amas es solo un conglomerado de pasos, pero afortunadamente el amor tenía unos pies grandes, tan grandes que de un solo paso podías cruzar de costa a costa solo para estar junto a tu corazón. Se quedaron así en silencio los cuatro, tú y la Luna, tu amor y el Mar, el nomo, mmm, el nomo creo que ya se había puesto a jugar con una luciérnaga porque te había escuchado en silencio reír.

La verdad es que cuando el amor es tan grande, la distancia por más que se mida en millones de kilómetros, no alcanzara a separarlos. Y esta tarde, casi noche que lloraste en silencio puedo jurarte que no éramos solo dos.

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