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agosto 23, 2010

DE ÉL SIN ELLA

…y él volvió a todos lados sin ella, sin su ella.

Llegaron a casa, llegaron a las despedidas, llegaron cuando era tarde, cuando la Luna podía acompañarle de regreso a él, sin ella; llegaron a la vida de ella, rodeada de todo sin él, llegaron a donde las miradas de él no pudieran lastimarle, a donde los silencios de él ya no despertaran más incertidumbres a ella, llegaron a los presagios de él, a los inevitables destinos lejos de ella, de su ella, a donde las profecías que en sueños a él le despertaban y donde ella, ella volaba muy lejos de él, pero volaba, volaba porque las alas de ella no podían hacer otra cosa más que volar, tan alto como siempre quiso que volara ella, aunque las huellas de él no pudieran ser vistas por ella, pero que volara, que volara alto pedía él.

Él la miro como se mira a una estrella que se sabe fugaz, deseando que su luz durara toda la vida, que le iluminara todos los caminos, que se quedara en su cielo hermosa y radiante como solo ella sabia brillar, le miro como mira uno la resignación de saberle fugaz, de saberle un instante, de saberse incapaz de mantenerle a su lado, de mantenerle en cada horizonte, en cada amanecer; la miro breve para que su mirada no le siguiera lastimando, para que sus lagrimas no brotaran de nuevo, para que ella pudiera odiarle en lugar de dolerle, para que aquel momento en que llegaron para decir adiós, fuera menos frio.

Él dio la media vuelta aceptando las decisiones de ella, aceptando no ser mas grande, aceptando no ser mejor, aceptando no poder caminar a su lado, aceptando que todo fuera más importante que él, aceptando que ella prefiriera pensarle un poco de vez en cuando, en lugar de extrañar todo y a todos para estar a su lado, acepto no tener cabida en su mundo, acepto ser un mundo completamente ajeno a ella, acepto no poder hacer nada para no soltarle la mano, acepto no poder cubrirle del frio, no poder cuidarla si el dolor aparecía, acepto no poder prepararle el desayuno, acepto no poder hacerla reír con sus cursilerías, acepto no poder decirle te amo, quédate esta noche y toda la vida, acepto que ella tuviera que seguir tan lejos estando tan cerca.

Que vuele alto, pedía él, que vuele, que sonría, que crezca, que ame, que sea plena y feliz, que alcance cada triunfo que ella merece, cada logro que la vida le tenga en el camino esperándole, que sea feliz, que sea inmensamente feliz; que vuele alto, pedía él, mientras daba vuelta a la esquina para perderle a ella, a su ella, consciente de que sus pasos le estorbaban a ella, y que a su lado no podría ser tan feliz como ella merecía serlo, consciente de que su mano no apretaba tan fuerte, consciente de que sus brazos no la abrazaban con la calidez que ella deseaba, consciente de que su mirada no le hacía dejar de extrañar los recuerdos que ella guardaba detrás de sus parpados, consciente de que a su lado había mucho más que extrañar, consciente de que había otros esperándole, otros pensándole, otros que pesaban más que solo él, otros que con voz más fuerte le llamaban a ella; él camino consciente, más que nunca de que él no podía ser nunca su él, aunque ella fuera su ella, aunque ella fuera sinónimo de todas las palabras para él, aunque ella fuera todos los colores que el corazón de él necesitaba, aunque ella fuera ella, a quien el amaba y a quien tenía que dejar ir para no ser el dolor de ella.

Él caminó y caminó, lentamente caminó, torpemente caminó, con los puños cerrados caminó, con el corazón desmoronándolo caminó, desmoronándolo para dejar miguitas por si ella decidía seguirle, con el recuerdo de su sonrisa camino, con la Luna en la espalda caminó, con el coraje de saberse vencido, con la zozobra de no saber a dónde volver, con la incertidumbre de siempre, con el pasado que no pudo cambiar, con el recuerdo de sus ojos y su sonrisa, con la mirada inquisidora de ella después de confesiones que pesaban, él con sus palabras que no pudieron reconfortarla cuando sus penas le acosaban a ella, con sus años que le alejaban, con su físico que le hacía tan fácil de soltar, con su vacio en las manos que sin tener nada que ofrecer siempre resultaba difícil intercambiar por una sonrisa, por un te amo, caminó consciente de lo que era y de lo que no era, consciente de que ella merecía más de lo que él pudiera darle, consciente de que él no tenia cabida en su mundo, de que había cosas y personas más importantes que le esperaban y que el amor de él no bastaba para que se quedara, para que ella decidiera quedarse a volar a su lado.

Él caminó y caminó, y él volvió a todos los lugares sin ella, sin su ella, sin su amor.

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