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septiembre 21, 2009

EL REGALO DE UN NOMO



Recuerdo que fue una noche como esta, llovía ligeramente, y en el cielo las nubes no dejaban ver la Luna.

Entonces lo vi atajándose de la lluvia bajo un árbol de flores moradas, parecía buscar desesperadamente algo o a alguien, pero no dejaba de tener la vista fija en el cielo.

Y buscaba y buscaba y se rascaba la nariz, y tallaba sus ojos entre las ojeras que tenia y entre las que guardaba la sal de varias lagrimas.

Entonces una lucecita revoloteó entre el follaje de aquel gran árbol, una lucecita que parecía bajar entre las gotitas de lluvia.

Era un hada, una pequeña hada amarilla, aunque en realidad la luz que emanaba de sus alitas era multicolor pero traía un vestidito amarillo.

Traía un pequeño pergamino, no más grande que un cerillo. El nomo abrió su garrita y el hada se paro en ella, mientras le entregaba aquel pequeño pergamino.

El nomo lo leyó y sonrió al mismo tiempo que sus ojos dejaron escapar una lágrima, pero el hada la atrapo y la convirtió en una flor de cristal color azul, como el traje del nomo.

Entonces el nomo se sentó y la pequeña hada se sentó sobre sus rodillas, mientras el nomo no dejaba de leer aquel pequeño pergamino con una sonrisa en su rostro que le hacía juntar las ojeras como olas sobre una playa.

El nomo entonces después de un rato y poco después de que paro la lluvia y las nubes decidieron abrir un huequito para que la Luna se viera, metió su garrita en el pecho y saco su pequeño corazón.

Se lo entrego a la pequeña hada, que siendo tan pequeño aquel corazón entro perfectamente en la bolsita que traía colgando de su cintura.

El nomo tomo aquel pequeño pergamino y lo puso dentro de su pecho, en el lugar que ocupaba antes su pequeño corazón, se cerró el saco azul y apretó las garritas contra el pecho al tiempo que suspiraba y el suspiro era atrapado por aquella pequeña hada.

El hada se puso aquel suspiro como capíta y emprendió el vuelo con el corazón del nomo en una bolsita, la flor de cristal azul en una mano, y el suspiro del nomo cubriéndole la espalda.

Y voló, voló muy alto, voló hasta que se perdió entre las nubes, voló hasta que se perdió entre la luz de la Luna, voló hasta que se dejo de escuchar el aleteo de sus alitas y el suspiro del nomo dejo de hacer eco en el cielo.

Entonces me acerque al nomo y aun sonreía. Obvio no pude evitar preguntarle sobre aquel pequeño pergamino, y me conto que era una carta de su Luna, que le decía que en esta vida no podía bajar para estar a su lado, como en otras vidas, y que lamentaba las heridas y los restos de sal entre las ojeras, y el frio de cada noche, y las veces que el reflejo de su luz le hacía creer que estaba frente a él.

Entonces él le envió su corazón para recordarle que ese pequeño corazón solo era de ella, y ofrecerle su soledad como ofrenda para que ella estuviera segura de que sin importar cuánto tiempo le faltara al nomo para poder estar a su lado, el esperaría, con las letras de su Luna en el pecho, con la sonrisa que traía el encuentro con ella, con los ojos sin llanto, con los suspiros solo para ella.

Entonces el nomo se levanto y subió por las ramas de aquel árbol, al llegar a la rama más alta, la Luna cambio de color y menguo para regalarle una sonrisa la nomo.

De esto han pasado ya varias noches, varios años, vivo con el nomo pues desde aquel día es la criatura más feliz que conozco, y ya no espera a nadie y no suspira por nadie y no llora por nadie y es feliz por ella y compartimos los pinceles y los colores, y me cuenta cada noche de su Luna, para que pueda pintársela y que el día que se vuelvan a encontrar el le diga:

Mira todas las noches que te pinte.



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