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junio 28, 2010

EN EL ANDEN

No sé que pudo ser, pero se, que los andenes del tren desde aquella tarde jamás volvieron a oler tanto a soledad como la tarde en que ella y él se encontraron para perderse, un poco después.
Había llegado a la estación como siempre con bastante tiempo de sobra, en la barra del café que esta antes de entrar a la estación había pedido un vaso para llevar, las mesas de aquella cafetería estaban cubiertas por periódicos y platos con desayunos que incluían café, té o jugo de fruta, yo la verdad tengo la mala costumbre de desayunar a las tres de la mañana, no antes, ni después, no a las nueve donde me incluyan tres servicios, ni a las once donde te arman con las sobras del desayuno una serie de platillos disfrazados de desayuno, no después de medio día entre portafolios y sacos colgando de las sillas, no por las tardes en que el cabello enmarañado de una oficinista pide liberarse para jugar con el viento, tanto como piden sus tacones salir volando para esconderse dentro de una coladera, así que aquella mañana, como todas las mañanas, solo un vaso de café.
Sabía que a esas horas las bancas que hay sobre el andén están vacías, la gente demorada prefiere ansiosa esperar el tren de pie como si el acercarse a las vías apresurara la llegada del tren, así que nadie suele notar que las bancas del andén suelen dormir a esas horas aun, a menos que un tipo despreocupado les llegue a despertar, así con un poco de pena y con mucho cuidado de no molestar a la banca deje mi mochila caer sobre aquellas tiras de madera obscura que perezosas me miraban con aire de reclamo, trate de no ser molesto al sentarme y preferí colocar la mochila sobre mis piernas y en su lugar dejar el vaso de café con la tapa sobrepuesta, saque de la mochila los lentes y un pequeño libro con cubierta roja, pero antes de poder platicar con Pavese algo me distrajo, o más bien alguien.
A esas inoportunas horas en que la gente se precipita sobre las vías del tren y las bancas duermen hasta después de medio día es poco común que alguien más se atreva a despertar a alguna somnolienta banca de aquel anden, sin embargo al lado de mi banca un tipo osaba igual que yo a interrumpir el sueño de aquellas tiras de madera, aquel tipo sostenía entre sus manos un vaso parecido al mío y al lado de una indiscreta libreta le contaba sus secretos a la banca, supongo que por esta situación la banca no refunfuñaba por haberle sido interrumpido el sueño, el tipo daba sorbitos de café de vez en cuando, mientras atento miraba a quien llegaban y se iban de aquel anden, entre ida y vuelta la mirada de este tipo cambiaba, entre desolación y esperanza pasaban sorbo a sorbo sus ojos sobre aquella marea de gente, de abrigos, de portafolios, de mochilas y bolsos al hombro, de tacones y tenis, de cabello recogido o suelto y una o dos trenzas de vez en vez.
No sé que me llamo más la atención de aquel tipo, si el cambio tan drástico de su mirada, la paciencia demostrada para de un momento a otro llenar sus ojos de esperanza después de asomarse en sus pupilas la desolación mas desolada, o quizás ese vasito de café que parecía interminable, el mío des pues de un rato ya tenía menos de la mitad, el caso es que fue inevitable que Pavese me esperara un poco mas y devolviéndolo a la mochila me quede disimulando un poco que no estaba observando a aquel tipo.
Después de algunas idas y venidas de pasos sobre aquel anden comencé a pensar que aquel tipo era uno de esos que para aprender a ser pacientes la vida algunas veces les regala un plantón, pero el paso de aquellas marejadas de cabellos y aromas y labiales no eran algo breve en cuestiones de suspiros, así que me acerque a aquel tipo que por estar inmerso en su ida y venida de desolaciones y esperanzas no noto que me senté a su lado, antes de que pudiera yo decirle algo el comenzó a decir –ella llegara, ella llegara, se que llegara. Para cualquier persona aquello podría ser un síntoma de locura, pero a mí me parecía normal y la base del sentido de aquella espera, ¿Qué mas podría estar haciendo aquel tipo que esperar a una mujer? Era lógico, al menos para mí, un completo ilógico, aquello tenía lógica.
Después de un rato el tipo me había contado todo lo que su larga espera representaba para él, todo lo que se podía decir de una espera en dos o tres horas, no sé bien cuanto tiempo paso, pero sé que paso tiempo, como pasaron más tacones y mas miradas de esperanza y desolación a cada ida y venida de gente sobre aquel anden, se vaciaba de uniformes, se vaciaba de portafolios, se vaciaba de madres que regresaban del mercado, de poca gente al medio día, de uniformes sucios después de medio día, de portafolios con la panza llena de papeles al comenzar la tarde, pero no se vaciaba de la espera de aquel tipo que de vez en cuando repetía de nuevo que ella llegaría, lo repetía con tanto anhelo que hasta yo esperaba que ella llegara.
Era ya la hora de los regresos, de andenes vacios que se llenaba al llegar el tren solo para dejarlo partir mas vacio cada vez, fue dentro de uno de esos vagones que la mirada de aquel tipo se lleno de una esperanza diferente, como la del sediento que después de cruzar el desierto encuentra frente a él, el pozo de agua fresca y cual sediento se puso de pie y camino hacia el vagón que poco a poco bajaba la velocidad para poder abrir sus puertas y vomitar a quienes regresan a donde alguien les está esperando.
Ella llego, de tarde casi noche, pero llego, con la mirada cansada y el cabello enmarañado, pero llego, con una bolsa colgando de su mano y arrastrando los tacones, pero llego, del brazo de otro tipo, pero llego.
Ella lo miro, mientras su acompañante miraba a una rubia que salía de otro vagón, él le miro mientras nadie más la miraba a ella, se reconocieron enseguida y lo sé porque en los ojos de ella aparecieron sus sueños y la mirada triste y cansada se perdió tras una sonrisa que en forma de mueca se asomo en la comisura derecha de sus labios, caminaba hacia él del brazo de otro, él de pie inmóvil al verle con una mano sosteniendo el bolso y con la otra, la mano de su acompañante, decidió meter sus manos dentro de los bolsillos de su gabardina, se clavaron las miradas uno en el otro, sin importarles quienes bajaban y se marchaban, sin importarles los pasos apurados por regresar, sin importarles los paraguas que se preparaban para despertar bajo la lluvia que caía afuera de aquella estación, sin importarles ni siquiera que los pasos de ella dejaran huelas al lado de alguien más.
Paso junto a él sin despegarle la mirada, paso junto a él con sus sueños despertando, con su sonrisa un poco más grande, con su cansancio y su tedio olvidados mientras la distancia se acortaba entre ellos dos, paso junto a él y no dijo nada, y él tampoco le dijo nada a ella, la siguió con la mirada mientras ella sin preocuparse por disimularle a su acompañante, volteaba una y otra vez para no perderle de vista a él, no sé que vi en aquel momento en los ojos de él, ni en la sonrisa de ella, ¿Qué hace que dos personas después de reconocerse y pese a encontrarse, no se digan nada, no se abracen, no se queden uno al lado de otro? ¿Qué hace que se llegue tarde al andén? Tan tarde como para que ella haya llegado con otro.
Paso un chico corriendo a l lado de ella, ella que no dejaba de voltear a verlo a ella solo se sacudió por el golpe en el costado que aquel chico le dio al pasar a su lado, su acompañante dio tres pasos soltando la mano de ella, amenazando con ir tras aquel chico, él se acerco rápidamente a ella, ella que no dejaba de verlo con los ojos llenos de vida, él se paro frente a ella y la sonrisa de ella estallo, él se agacho y recogió el bolso de ella que con el golpe había soltado, se irguió y la sonrisa de ella le ilumino el rostro y la vida, la vida que aquel día había pasado entre esperas, entre desolaciones y la esperanza de que ella apareciera, la vida que se le resumía en cada letra que su libreta le conto a la banca, su vida que en ese momento en que los ojos de ella se clavaron en los de él había tenido sentido, aunque yo aun no le encontraba sentido a aquel encuentro tardío.
Le entrego el bolso y en un pequeño roce de sus dedos se dieron todo lo que podían darse,
- ¿te conozco de algún sitio?
-no creo, aunque tú te pareces mucho a alguien que he estado esperando
Pudieron haberse dicho muchas cosas, haberse dicho sus nombres, haberse dicho aunque sea un hola, aunque sea un gracias no me di cuenta que había soltado mi bolso por estarte viendo, pudieron haberse dicho no te preocupes la verdad mis manos estaban pidiéndome a gritos que las sacara de los bolsillos para rozarte la piel, pudieron haberse dicho que su espera había terminado, que su tristeza se había aventado a las vías del tren, que sus sueños los encontrarían al despertar cada mañana entre sonrisas, que él tenía guardado en la alacena un frasquito con todos los latidos que a ella le faltaban y que se los daría entre lunas para que la sonrisa de ella no dejara de iluminar sus noches y ella pudiera aprender a soñar, pudieron decirse muchas cosas, pero fue el acompañante de ella quien dio las gracias, fue el acompañante de ella quien dijo adiós mientras la tomaba del brazo y comenzaba a caminar, pero fue el acompañante de ella, quien llego antes que él, él que volvió a meter las manos a los bolsillos, él que ya no regreso a la banca donde su vaso lo esperaba, él que cuando llego el siguiente vagón se dejo tragar por sus puertas sin dejar de mirarle a ella, ella que ya no estaba, ella que llego, tarde casi noche, pero llego, con el cabello enmarañado y los ojos llenos de tristeza y cansancio pero llego, del brazo de otro pero llego.
Llego y lo encontró a él, llego y por un momento sobre aquel anden se suicidaron su tedio y su cansancio junto con la desolación de él, llego y a falta de palabras le regalo una sonrisa, él le regalo un latido cuando sus dedos se rozaron, no sé qué paso ni con él, ni con ella, no les volví a ver sobre aquel anden, solo sé que los andenes del tren desde aquella tarde jamás volvieron a oler tanto a soledad como la tarde en que ella y él se encontraron para perderse, un poco después.

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