LO QUE SOY

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marzo 07, 2010

AMOR AUN DESPUES DEL DESPUES

Llegaste como cada invierno desde hace 15 años, sabía que llegarías, sabía que ni la nieve de este día te detendría para venir.
Vi tu sonrisa despertando mientras caminabas hacia mí, dibujándose desde el primer momento en que me viste, sabes que sé muy bien porque sonreíste, lo sé porque cada vez que caminaba de tu mano por la calle y la nieve llegaba, sonreías, mientras apretaba fuerte tu mano para decirte que era feliz con cada copito de nieve, y sonreías, sonreías aunque a ti te fuera mejor el calor, pero sonreías y tiritabas cuando el pasto del parque se cubría de blanco, y te abrazaba mientras nos sentábamos sobre la nieve y te inventaba cuentitos que iba dibujando con hojarascas sobre la alfombra blanca que caía lentamente.
Tú limpiabas copitos que caían sobre tu rostro, yo te besaba el carmín de tus chapitas, tú cerrabas los ojos y sonreías, como me gusta tu sonrisa ¿sabes? Y me gustaba que en aquellos días entre cuentos y copos de nieve y figuritas que bailaban entre la hojarasca sacabas de la mochila una frutita y la comíamos hasta que el ultimo mordisco te lo daba a ti, y tomaba la semilla y la guardaba en el bolsillo de mi abrigo.
Recuerdo que cada vez que hacia eso sonreías y me mirabas llena de curiosidad, pero no fue hasta varias semillas después que me preguntaste que para que guardaba las semillas, entonces no te dije nada en aquel momento, solo sonreí y tú me abrazaste, – estas loquito, me decías al oído mientras olía tu cabello.
Una tarde antes de la primera nevada entre a la habitación mientras tu sobre la cama leías tus viejas notas, -¿recuerdas que me preguntaste que para que guardaba las semillas?, levantaste tu rostro y sonreíste, yo estaba de pie sujetando una cajita de zapatos, y te la di. Abriste la cajita que contenía tres frasquitos de vidrio con tapas metálicas, fuiste sacando cada frasquito mientras mirabas su contenido con esos ojitos llenos de curiosidad que me gustaba contemplar y que me anunciaban siempre alguna pregunta, de esas preguntas tuyas que siempre me hacían sonreír y que debo confesarte me parecías tan niña cuando preguntabas cosas así, fue tu curiosidad entre otras cosas las que hicieron que me enamorara de ti, y que pensara en querer pasar toda la vida respondiendo a tan singulares preguntas.
Solo dos de los frasquitos estaban llenos, el tercero lo llenamos después ¿recuerdas? Al día siguiente como cada primera nevada salimos a caminar, y mi mano apretando la tuya al caer el primer copito, y tu sonrisa puntual al verme levantar el rostro y cerrar los ojos mientras los copitos caía sobre mí.
Yo recordaba que el primer día en que te conocí había caído nieve, entonces cada vez que veía un copito pensaba en ti y sonreía, aunque tú estuvieras lejos, aunque aun no camináramos juntos esperando la caída del primer copo de cada año. La primera vez que vi un copo de nieve fue precisamente el primer día que te vi, -jamás había visto un copo de nieve, te dije emocionado, sonreíste por mi cara, -jamás había visto tu sonrisa, te dije feliz, sonreíste y el carmín de tus chapitas me gusto para pintarlo varias madrugadas después, con tus sonrisas, con tus pudores, con tu tibieza en madrugadas perdidos entre besos y tus humedades, pero siempre el carmín de tus chapitas me deslumbraba y me encantaba.
Inviernos después mientras estábamos sentados sobre la nieve, entre cuentos y figuras de hojarasca sacaste un durazno, de esos que tiene el rojo casi sobre toda la piel, y mientras lo limpiabas con la manga de tu suéter, me acerque a tu rostro y pase suavemente mi mano sobre tus mejillas, -tienes piel de durazno, te dije mientras tomaba de tu mano la frutita, -así como te da la luz ahora se ven los vellitos de tu rostro, esos vellitos transparentes que pareces tener, y con la luz así, parece que tu piel está rodeada de un halo de luz blanca y se siente tan suave, como el durazno.
Tome tu mano y pase el durazno lentamente sobre la palma de tu pequeña mano, mientras tu sonrojada cerrabas los ojos y apretabas los labios con media sonrisa, me encantaba mirarte esa mueca, como si por la cabeza te atravesaran millones de hermosas imágenes que tu sonrisa dejaba ver lo agradables que eran aquellas imágenes que por tu cabeza pasaban.
-me gusta tu carmín, te dije y estallo tu sonrisa, me empujaste y volteaste a tomar la mochila, sacaste una ciruela, -tú me pones así, y pusiste la ciruela frente a mis ojos, la tome y te la acerque a la boca para que la mordieras, entonces su color rojo se quedo sobre tus labios, una gotita escurría entre las comisuras de tus labios y te bese.
Te recosté sobre la nieve y descubrí tu ombligo, y puse el huesito de la ciruela dentro de el, y mientras rozaba la piel que estaba alrededor, tome el huesito y te dibuje un corazón con el carmín magenta que el huesito iba dejando de su pulpa, esa tarde nevó muy poco, y debajo de aquel árbol nos volvimos una sola semilla.
Recuerdo que ya al anochecer te encontré sobre la cama con la cajita de zapatos y mi abrigo al lado tuyo, sacaste el huesito de ciruela y besándolo lo pusiste dentro de el frasco que estaba vacío, así fuimos llenando el tercer frasquito, terminábamos nuestros paseos cada primer nevada sobre la cama dejando dentro de aquel frasquito una semilla mas o una flor, o caracolas, y así el frasquito de fue llenando, y decías que las conchitas que guardaban las semillas de las jacarandas parecían castañuelas u ostras que se habían quedado colgadas en algún diluvio, y que las que traían la semillas de aquel árbol que paren sus hojas de maple, erizos y las de durazno corazones explotando, así tenias una explicación para la forma de cada semilla, y sonreías mientras me contabas esas cosas tan lindas y de las que muchas veces terminaba pintando y sonreías al ver los cuadros, y sonreías al recordar las tardes cuando recogíamos semillas y sonreías cuando te miraba, y sonreías cuando tu curiosidad te despertaba alguna pregunta, y sonreías con mis respuestas y mis historias cursis, que te contaba para despertarte las sonrisas, y sonreías entre carmines, entre copitos de nieve y mi mano apretando la tuya y sonreías mientras tiritabas porque a ti se te daba mejor el calor, pero sonreías con mis inviernos, sonreías conmigo.
Hace quince años que sigo viendo tu sonrisa cuando me alcanzas a ver, y después de tantos años juntos se dé que es esa sonrisa y aunque de vez en cuando algún invierno llegas con una lagrima, al final el recuerdo de lo que vivimos te despierta una sonrisa, y si hace falta le pido al viento que agite mis ramitas para dejar caer sobre ti un copito de nieve y entonces sonríes y aparece tu carmín en tus chapitas.
Ahora yo no puedo dibujarte sobre la nieve con la hojarasca, y eres tu quien cada año dibuja algo con las flores púrpuras que guardo cada invierno para ti, y mis raíces van creciendo para que cuando te sientes sobre la nieve pueda abrazarte un poquito más fuerte, ahora sigo viendo esa mirada llena de curiosidad cuando cae el primer copito de nieve y aunque tus ojos están enmarcados ya por arrugas siguen teniendo esa esencia de niña que hay dentro de ti, y sonríes, sonríes cada invierno que vienes a verme, sonríes cada vez que un copito de nieve cae sobre tu rostro y aunque ya no pueda apretar tu mano, sonríes.
Sonreíste incluso después de que tuve que partir, y llegaste hasta aquí y me sembraste para que siguiera a tu lado, y me cuidaste mientras despertaba, y aunque al principio fueron tus lagrimas las que me regaron, siempre tus sonrisas han sido la mejor razón para florecer, y cubrir la tierra encima de mis raíces de púrpura y te espero cada invierno el día de la primera nevada, para verte sonreír, para que me sientas en un copito de nieve, para que me sientas cerca de ti, para que sepas que aun estoy contigo, que aun te amo, y que estaré aquí esperándote para verte sonreír y quizás algún día florecer juntos de nuevo durante la primera nevada de cada año.

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